ESCRITORES Y DROGAS II


Hemos escrito en la columna anterior que la droga es también un concepto cultural y que es la sociedad la que determina con base en determinados criterios (muy discutibles) qué es lo permitido y qué es lo prohibido. No podemos dejar al opio sin antes pasar por dos célebres escritores “malditos” de la modernidad que tallaron una marca indeleble en la literatura del siglo XX.

Edgar A. Poe (1809-1849) es para muchos el creador de la literatura policial con su célebre cuento “Los crímenes de la calle morgue” y de un poema inmortal, “El cuervo”. La vida de Poe está marcada por continuas pesadillas, las oníricas y las de la vida real. Esto lo hace refugiarse en el alcohol y las drogas. Poe consumía opio, quizás al comienzo como dosis medicinal debido a su dispepsia, luego ya como adicción. En un artículo que Rubén Darío dedica a su admirado maestro conjetura que el alcohol y el opio alimentaron una tendencia natural en Poe, que es la presencia constante en su literatura de los sueños.

En uno de sus cuentos un personaje habla sobre esta adicción "... pues soy un esclavo atado al yugo del opio, un prisionero que lleva sus ataduras, y mis obras, como mis voluntades, han tomado los fantásticos colores de mis sueños, a veces locamente excitados por una dosis inmoderada de opio... “

Ahora bien, esos sueños, alucinaciones, visiones, pesadillas nunca estaban escritos bajo el influjo del opio o del alcohol; la singularidad de Poe estaba en escribirlos pasadas esas crisis. Porque más allá de estas manías, lo que contaba y sigue contando es el talento del escritor y su manera única de usar las palabras.

Del otro lado del mar, París ya va camino a ser la ciudad luz, un hombre pasea por una ciudad desmesurada, “atacada” por las masas que lentamente se van apoderando de los espacios ciudadanos. Ese hombre solo que mira, camina, medita y escribe es quizás uno de los pilares de la poesía moderna, se llama Charles Baudelaire (1821-1867).

Baudelaire habla de las drogas y su relación con los hombres y con él mismo en un libro titulado “Los paraísos artificiales”, donde con extrema lucidez indaga las razones profundas que llevan a los espíritus sensibles a la búsqueda de nuevas realidades. En ese texto escribe sobre el opio: "El espacio es profundizado por el opio; el opio da un sentido mágico a todos los tintes y hace vibrar todos los ruidos con una más significativa sonoridad. Algunas veces, perspectivas magníficas, llenas de color y de luz, se abren súbitamente en sus paisajes, y se ve aparecer en el fondo de sus horizontes ciudades orientales y arquitecturas vaporizadas por la distancia, donde el sol arroja lluvias de oro."

Además del opio, Baudelaire integraba el Club des Haschischins, célebre reunión de intelectuales en la que se fumaba hachís o bien se lo comía en forma de pastilla acompañado de azúcar, miel, canela o vainilla para contrarrestar su sabor poco agradable.

Y será el autor de “Las flores del mal” el que nos abra la puerta a la historia del hachís.

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