LA CUYANITA



Mientras escribo estas líneas en la noche ya gastada del 15 de febrero, "La Cuyanita" se va despojando lentamente de toda su escenografía, barrida ya por el viento y por el tiempo. Hace algunas horas estuve allí por última vez, cumpliendo un rito que innumerables gentes de este pueblo lo hicieron durante casi más de cuarenta años. Es curioso cómo La vida, nuestra vida personal y única, la que vale, está marcada por estos pequeños grandes hitos que permanecen casi inadvertidos hasta que desaparecen, hasta que el rito se clausura y comprendemos que algo en nuestro interior ha cambiado definitivamente.

¿Qué es un bar? Un reducto casi propio del pasado, un sucedáneo del hogar, un límite; eso, un bar es un borde en el que limitan el pasado y el presente, un sitio donde confluyen centro y periferia de la ciudad, una línea delgada por la que hacen equilibrio la marginación y la legalidad. El bar es un sitio de confinación y recreación. Una tabla de náufragos para quienes lo han perdido todo o les queda muy poco, un lugar de consolación.

Perdidos en el tiempo ya, el "Bar de Catato", el de "la Berta", el de "Erxilapé", "La Cuyanita" era el último bar de aquellos que habían visto pasar la historia de este lugar. Por eso cuando me enteré este domingo que cerraba, tomé mi cámara y salí dispuesto a rescatar imágenes de un lugar que tiene tantos años como mi propia existencia. Estaba lleno, en el fondo se alistaba un partido de truco, más acá varios estaban pendientes del partido de la fecha; apenas conseguí una mesa muy cerca del televisor, y mientras tomaba mi gaseosa, pensé que todo ese bullicio y el aire rancio eran un final digno.

Lleno, pero vacío, porque es muy difícil acostumbrarse a que la "Fortu" no esté detrás del mostrador o llevando una cerveza con las empanadas más picantes de la región o jugando al truco o en su infaltable mesa a la derecha de la barra. Saqué fotos en un modesto intento de encapsular tantas vidas anónimas y no tanto, tantas voces que por allí pasaron. Frenética la lente iba de un lugar a otro, parpadeando, robando porciones de realidad, ante la curiosa, (en algunos casos perdida) mirada de los parroquianos.

Poco ha cambiado el bar en este tiempo -salvo una ampliación en el frente-, las mesas siguen siendo las mismas, los cuadros que adornan sus paredes han ido creciendo con el paso de los años. Son la mayoría de fútbol y de un equipo: Boca Juniors y algunos de caballos. Porque este bar ha sido siempre sinónimo de fútbol, y a medida que su propietaria envejecía se fue transformando en el bar de Boca.

Con sorpresa descubro en una de sus mesas, con la vista algo borrosa en el partido televisado, al "Cumbia", un histórico jugador de fútbol que fue dirigido por "La" Fortunata en aquellos equipos fundacionales del pueblo. Charlamos, sabemos que están cayendo los últimos granos de arena de este reloj.

Me ofrecieron llevarme un cuadro, elegí uno de Rodrigo Palacios, autografiado y especialmente dedicado. Saludé y me fui, como quien se desangra.

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