EL RÍO CONGO


               Esta serie de columnas es un viaje por el mundo irregular del agua, por los ríos que son espacio pero también son tiempo. Salimos con los griegos en el inicio de los tiempos y sus ríos infernales, viajamos por América, por Europa, llegamos al Ganges y ahora nos detenemos en África, en uno de sus ríos capitales: el Congo.
               Este río es el mayor de África central, el segundo más caudaloso del mundo y atraviesa la selva más importante del continente. Algunos ilustres viajeros lo llaman la aorta del corazón de África y en muchos de sus sitios permanece inexplorado y devora innumerables afluentes antes de morir en el Atlántico. Su curioso cauce atraviesa dos veces el ecuador, y durante siglos desorientó a los geógrafos. Livingstone, explorador escocés, lo confundió con el Nilo y para muchos estudiosos el Congo era un río que “nadie podía soñar con ir a buscar, porque nadie podía siquiera imaginar que existiera”.
               Nombrar el río Congo es evocar inmediatamente la figura de Joseph Conrad, aquel polaco que escribía como nadie en inglés, y cuya novela “El corazón de las tinieblas” es una de las obras que uno se llevaría a una isla desierta. El viejo marinero Marlow, el protagonista, navega el río en busca de su querido y odiado Kurtz, ese viaje es también un viaje profundo al interior del hombre, al plexo del colonialismo y muestra la violencia y el horror humano. Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra. Una corriente vacía, un gran silencio, una selva impenetrable. El aire era caliente, denso, embriagador. No había ninguna alegría en el resplandor del sol. Aquel camino de agua corría desierto en la penumbra de las grandes extensiones. Uno llegaba a tener la sensación de estar embrujado, lejos de todas las cosas una vez conocidas. Penetramos más y más espesamente en el corazón de las tinieblas. A veces, por la noche, un redoble de tambores, detrás de la cortina vegetal, corría por el río. Tuve la sensación de haber puesto el pie en algún tenebroso círculo del infierno”.
               Peter Forbath escribió un ya clásico libro sobre el río titulado “El río Congo”. En él el periodista y escritor repasa toda su historia, desde que el siniestro Henry Morton Stanley contratado por el rey de Bélgica, se propone civilizar el Congo. Lo que siguió a esa propuesta es ya bien conocido en los países periféricos, el genocidio  y la explotación salvaje de los recursos. El libro denuncia cómo en estos últimos años esa explotación continúa y que los vastos territorios que atraviesan sus aguas y  los habitantes de sus riberas siguen sometidos al latrocinio y la vejación que el poder “civilizado”  perpetra contra un territorio rico y sus carenciados habitantes.
               Numerosos son los viajeros que han escrito sobre la belleza extraordinaria de uno de los ríos pilares del corazón de África. Un río que todavía resiste a las hordas turísticas y mantiene en algunos de sus derroteros los aromas y los sonidos de un mundo milenario que en la mayoría del planeta ya se ha perdido.

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