PARANÁ


               Hay una vieja canción que dice “el Paraná no es un río, es un cielo azul que viaja” * y a uno le gustaría que fuera de así; pero no siempre lo poético se condice con la realidad, y el padre río, por estas épocas, tiene poco de azul y mucho de marrón. A diferencia del Río de la Plata, las ciudades que  se levantan junto al Paraná tienen una relación mucho más  estrecha con el ilustre río y esto también se traslada al folklore y la literatura.
               Más allá de crónicas circunstanciales escritas por integrantes de múltiples expediciones españolas, quizás el primer testimonio literario realizado por un hombre de estas tierras, que aún no se llamaban Argentina, es la famosa “Oda al Paraná” de Manuel de Lavardén(1754-1809), impregnada de neoclasicismo y convenciones de dudoso gusto, que muestran al río poblado de deidades griegas y romanas.Augusto Paraná, sagrado río/ [...]Baja con majestad, reconociendo/ de tus playas los bosques y los antros./ Extiéndete anchuroso, y tus vertientes,/ dando socorros a sedientos campos,/ dan idea cabal de tu grandeza”...
               El Paraná salvaje y difícil de amansar, inmerso en un territorio hostil es el río de muchos de los cuentos de Horacio Quiroga, quién conoció como pocos esa zona del Alto Paraná en el límite con Brasil. En “A la deriva” una descripción del río anticipa ya el destino fatal del protagonista: El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única”.
               Aguas abajo encontramos al poeta de los ríos, Juan L. Ortiz. El paisaje fluvial de Entre Ríos tiene en Ortiz su más alta condensación poética, lo prueban estos versos: “Era yo un río en el anochecer,/ y suspiraban en mí los árboles,/ y el sendero y las hierbas se apagaban en mí./ Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”   
               Juan José Saer admiró siempre a Ortiz, quizás porque él también estaba atravesado por el río. Su obra narrativa, una de las mayores de nuestra literatura, tiene casi siempre el paisaje fluvial como escenario presente o evocado. “Balnearios” es un texto de sus comienzos y en él aparece una de las obsesiones de Saer, los límites, los territorios difusos y la manera de “atrapar lo real” con las palabras: “...Pero estamos siempre al costado del río que pasa sin mirarnos, desdeñosamente. [...] La arena amarilla se despliega frente al agua caramelo en un semicírculo débil. Pasan cuerpos quemados corriendo sobre el borde del agua, y en la orilla se forma la franja triple de un arco iris insólito...”
               Su libro “El río sin orillas” es uno de los ensayos más lúcidos sobre un territorio fluvial conformado por el Paraná, el  Uruguay y el Río de la Plata.
*(Debo confesar mi error, la canción se refiere al río Uruguay y no al Paraná)

Comentarios

Entradas populares