ÚLTIMAS HOJAS


               Y ahora que el otoño matiza ya las postreras hojas con los colores del fuego, vuela con una de ellas esta última columna dedicada a los árboles y la literatura. Más allá de la sombra bienhechora, los árboles han sido testigos de la palabra de los hombres. Bajo sus copas muchos pueblos contaron la historia de la tribu, las leyendas, sus mitos, el saber de los hombres viejos a las nuevas generaciones.
               “El tilo” es un cuento con aires de apólogo oriental del narrador español Luis Mateo Díez, es el lugar del encuentro de la muerte, encarnada en un forastero y del más viejo del pueblo, ante la mirada asombrada y asustada de un niño. En su espera del Viejo Arcino, la muerte camina y camina alrededor del tilo, que es el árbol del encuentro.
               Las líneas que abren la autobiografía del poeta español Rafael Alberti ilustran muy bien la importancia de un sitio ya perdido por los años y el destierro y que el poeta recuerda con mayor precisión a medida que avanza hacia la muerte: “Todo sonaba allí a pasado, a viejo bosque sucedido. Hasta la luz caía como una memoria de la luz, y nuestros juegos infantiles, durante las rabonas escolares, también sonaban a perdidos en aquella arboleda. Ahora, según me voy adentrando, haciéndome cada vez más chico, más alejado punto por esa vía que va a dar al final, a ese ‘golfo de sombra’ tan sólo para cerrarse, oigo detrás de mí  los pasos, el avance callado, la inflexible invasión de aquella como recordada arboleda perdida de mis años”.
                 ¿Qué árboles caminan por tu memoria ahora que lees estas líneas? Por la mía los álamos que rodeaban unos lotes vacíos transformados en canchas de fútbol, los pinos en la casa de mis padres que inauguraron los primeros versos, retengo unos: “los pinos bailando con el viento/un compás mojado y misterioso”, los aromos rubios, como les decía Neruda, en algunas veredas del barrio, las altas acacias y los membrillares de una casa que está casi en el comienzo de todo, el aroma sutil de los paraísos en flor en octubre, mientras caminaba en la noche con los bolsillos secos, los ojos húmedos y una soledad inmensa en una ciudad hostil que con los años amé.
               El boj es un árbol que crece en algunas costas marítimas de Europa, es famoso por su extrema dureza que hace casi imposible trabajarlo. El escritor gallego Camilo J. Cela escribió “Madera de boj” en la que se habla de la costa de Galicia, de sus personajes marineros. También la madera de este árbol simboliza en el libro los deseos, los sueños y los fracasos y frustraciones de estos personajes, tan duros como el boj. Quién no recuerda a Benjamín Driscoll, ese personaje tenaz, esperanzador y devoto de las plantas que en “La mañana verde” de Bradbury se propone, contra toda lógica, plantar  miles de árboles en Marte, y pese a las dificultades, lo logra y cambia el paisaje del planeta.
               Y la serie arbolada llega hasta aquí, a su última rama. Es sabido que los cerezos son parte de la geografía japonesa, también de su cultura, cómo no mencionar a Saigyo, el poeta de los cerezos en flor; pero te dejaré paciente lector, lectora este bello poema no de un japonés, sino de un ecuatoriano, Iván Carvajal que dice: Contemplo al cerezo en su milagro./ Florece. Y aunque me embriaga su aroma,/ No estaré aquí para probar sus frutos./ [...] Mi vida no depende del cerezo./ Y sin embargo irá el fantasma/ del árbol conmigo para siempre”.  Lo suscribo.

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