PINTURA Y LITERATURA
Desde los inicios mismos de la vida humana en el planeta, el hombre ha sentido la necesidad de dejar plasmada en infinidad de soportes (una piedra, las paredes del interior de una caverna, una tablilla, etc.) escenas de su vida y las de su comunidad. Situaciones de caza, reuniones junto al fuego, aves, bisontes, felinos… son las escenas más frecuentes. Luego en muchos lugares esos y otros dibujos pasaron a integrar un sistema complejo de comunicación: la escritura. Quizás el ejemplo más conocido sea la escritura egipcia antigua denominada jeroglífica, presente en las pirámides, en la que aparece toda una serie de imágenes de buitres, codornices, lechuzas, víboras, juncos, serpientes, partes del cuerpo, canastas, jarras, panes y otros dibujos más.
Esta
referencia a la antigüedad pretende mostrar cierto nacimiento común entre
dibujo, pintura y escritura. Luego la escisión entre imagen pictórica y escritura fue cada vez mayor. No es mi
propósito abordar las complejas y siempre polémicas relaciones entre literatura
y pintura; sino simplemente hacer un recorrido de algunos textos en los que se
perciba la huella de la pintura o bien haya referencia directa al mundo de los
pinceles.
Sobre este
último punto comenzaremos nuestro recorrido, y claro, vienen a la memoria
aquellos versos del “Martín Fierro”. El personaje relata su historia y ese
relato es como un pincel que perpetuará lo relatado gracias al talento del
pintor/narrador. “Lo que pinta este pincel/ni el tiempo lo ha de borrar;/ ninguno
se ha de animar/ a corregirme la plana;/no pinta quien tiene gana/sino quien
sabe pintar”.
Hay una
leyenda del Japón denominada Hyakki
Yakō que aúna muy bien pintura y literatura y sirve para explicar un cuadro muy
famoso de la pintura japonesa titulado “La procesión de los cien fantasmas”
pintado por Tosa Mitsunobu a comienzos del siglo XV. El argumento dice más o
menos lo siguiente: Este pintor deseaba fervientemente retratar el Hyakki Yakō,
la procesión de los cien espíritus. Un monje viajero que pasó la noche en un
templo abandonado refirió que a eso de las dos de la madrugada lo despertó la
procesión terrorífica de espectros y duendes. Lo que observó lo llenó de terror
y sólo atinó a encerrarse en un cuarto a la espera de la luz del día. A la
mañana siguiente contó esto a un comerciante que posteriormente lo refirió a
Tosa Mitsunobu. Decidido, el pintor se alojó en el templo una noche de luna
llena. A medianoche una extraña luminosidad apareció en una pared y allí se
manifestaron duendes, espectros, fantasmas de todo tipo. Mitsunobu tomó su
cuaderno y copió las figuras esculpidas en la pared. Terminó la última justo
cuando comenzaba a salir el sol. Allí descubrió que sus fantasmas no eran más
que el musgo, las grietas y los cascarones de una vieja pared. Sin embargo, en
su cuaderno habían quedado retratados los cien fantasmas que su imaginación o
el miedo habían construido durante la noche.
Manuel Mujica Láinez, el escritor argentino y
gran crítico de las artes plásticas tiene constantes referencias a la pintura
en sus obras. Un cuento de belleza singular que muestra la capacidad
crítica y el conocimiento de pintura que tenía “Manucho” es sin dudas el relato
“La adoración de los reyes magos. (1822)”, en esta historia ocupa un lugar
central la pintura “La adoración de los Magos” pintada por Rubens. Cristóbal un
adolescente sordomudo ve cómo el cuadro cobra vida ante sus ojos y el chico es
invitado a participar de la escena en la que Jesús ha llegado al mundo.
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