YALA
Hay lugares
que se transforman en sitios de culto, que trascienden el espacio y el tiempo y
quedan fijados para siempre en la literatura. Así hemos conocido ciudades como
la Buenos Aires de Borges o la Lima de Vargas Llosa, o la Valladolid de
Delibes; sin embargo estas ciudades solo viven en los libros, son urbes
diferentes en la actualidad. No sucede lo mismo con Yala, el pueblo de HéctorTizón, el narrador jujeño. Yala apenas ha tenido algunos cambios en el último
siglo, y el pueblo que está en la escritura del autor de "La mujer de Straser" es el mismo de hoy. Cualquier
lector tizoniano puede reconocer sus calles y sus dos boliches, sus andenes
marchitos, su verano largo, sus bosques, sus dos ríos y montañas verdes y las
bandadas de pájaros y el silencio de su gente.
De Yala salió
esporádicamente el joven Tizón para estudiar en Salta y luego en Buenos Aires.
De ahí a México y el mundo. Luego el regreso al pueblo y el exilio en España;
con la llegada de la democracia, Tizón vuelve a Jujuy, a su Yala de la que ya
no se irá más. Conocido por todos en el pueblo, famosa su casa colonial por lo
hospitalidad que brindaba, su ancho
patio, sus galerías, las plantas, los pájaros, un lugar con reminiscencias
edénicas.
El paisaje de
la Puna, el desierto, la gente que allí vive, sus historias, sus creencias y
costumbres y su lengua es el mundo literario de Tizón. Un escritor de los epígonos, alguien que
busca por medio de la literatura rescatar un mundo y una lengua que se pierde;
pero no lo hace desde el fanatismo del color local o del estereotipo regional,
las historias del escritor de “Fuego en
Casabindo” tienen la solidez del mito que involucra al hombre de todos los
tiempos y sus repetidas preocupaciones. “Aquellas
mujeres (el personal doméstico de su casa) me transmitieron la concepción que
el hombre antiguo tenía acerca del mundo, las relaciones del hombre con el
universo y de las relaciones de los hombres entre sí, todo ello dicho con los
vestigios del poder del lenguaje antiguo y el aporte de la lengua del
conquistador impuesto a través de los siglos…”, en esa síntesis compleja
está el secreto de la lengua de Tizón. Una lengua cuyo ritmo cabalga entre la
prosa de los escritores del Siglo de Oro español y la oralidad mestiza del
quechua y el español, un ritmo lento, acompasado, sentencioso, de quien no
tiene prisa por hablar y disfruta del fraseo de las palabras.
Alguna vez
resumió de esta manera su obra: “[Soy] Un
escritor cuyos únicos temas, una y otra vez, han sido la piedad, la muerte, el
amor y el tiempo, camuflados en crónicas de hechos que ocurren o han ocurrido
en un determinado lugar del mundo y entre la gente que yo he conocido y son o
fueron mis paisanos”.
Entre esa
gente descansa definitivamente desde fines de julio Héctor Tizón. Apenas un mes
antes había salido su despedida literaria: “Memorial
de la Puna”, en este libro le dice adiós a la escritura: “Tampoco escribiré más, ahora me doy cuenta
más claramente de que escribía porque la vida no me bastaba. Ahora sé también
que no basta con escribir, hace falta un destino".
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