PENSIONES II
Pero volvamos a las
pensiones y su contacto con la literatura. Cuando planeé estas columnas una de
las primeras pensiones que vino a mi mente es aquella que está en esa novela
inolvidable llamada “Rosaura a las diez” del poco valorado Marco Denevi.
En la pensión de doña Milagros Ramoneda, llamada “La madrileña”, en la calle Rioja del barrio de Once
ancla gran parte de la historia de Camilo Canegato y Rosaura. El monólogo de la
dueña de la pensión muestra la viva
imagen de una típica casa de dos patios (de las muchas construidas a comienzos
del siglo en el viejo Buenos Aires) y caracteriza a cada uno de los personajes
en forma magistral. Por ejemplo algunos detalles de una de las chusmas más
célebres de la literatura argentina, la señorita Eufrasia Morales, quien en las
ventanas de su pieza no tiene cortinas sino papel inglés con estratégicos
agujeritos por los que espía todos los movimientos de los pensionistas.
Aquí te dejo algunas de las reglas que doña Milagros le pone a Camilo
para alquilarle una habitación: “Ochenta
pesos al mes. Pago adelantado. La pensión comprende desayuno, almuerzo y cena. El
almuerzo se sirve a las doce y media y la cena a las nueve. En punto. El que no
está a esa hora, pues no come. El uso del baño es común. Está prohibido tener
luz encendida en los cuartos después de las once de la noche. También está
prohibido tener radio, fonógrafo y animales. Yo tengo un gato, pero ése no es
un animal, como usted tendrá ocasión de comprobarlo. El lavado y planchado de
la ropa puede dármelos a mí, si quiere, por un pequeño precio extra. Lo mismo
las bebidas. Pero esto de las bebidas lo digo por pura fórmula, ya que a mis
huéspedes no les permito beber sino agua, que como dicen, ni enferma ni adeuda”.
El adolescente Nenè y sus amigos de correrías
sueñan que en algún momento de sus vidas podrán acceder los infranqueables
muros de “La pensión Eva” que le da el título a esta novela sentimental y de
iniciación de Andrea Camilleri. Y ya que estamos con un autor del género
policial, creo que ha sido la novela negra la que ha pintado las pensiones, los
hospedajes decadentes de sus personajes sórdidos.
Quisiera cerrar este ciclo de las pensiones con el
testimonio de un lector de estas columnas. Te aviso que citaré de memoria ya
que he perdido el correo que me envió pero en lo esencial (con ortografía
corregida) decía más o menos así: “El otro día encontré en la biblioteca el
diario y leí lo que escribió usted sobre la lectura. Tiene razón, a mí me pasa
lo mismo, cuando leo me creo que soy ese
personaje y me imagino cómo serán esas ciudades que no conozco pero que ando por
ellas. Es hermoso leer, por eso ahora que estoy desocupado aprovecho mucho para
leer y también para estudiar computación, los muchachos del instituto me
abrieron este correo y yo aprovecho ahora para escribirle. Me cuesta escribir,
sabe, porque tengo los dedos muy grandes y duros. Soy albañil y las manos no me
dan para esto, me llegan a doler cuando escribo mucho rato. ¿Sabe lo que hice?
El otro día me compré un teclado de computadora y cuando estoy en la pensión
practico. Sabe que la dueña de la pensión quiere saber qué es ese ruido, porque
cree que es algo eléctrico y que voy a gastar mucha corriente…”
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