MUJERES Y ESCRITURA IX

El Romanticismo (entiéndase siglo XIX, el único romanticismo que existe) marcó el inicio de la profesión de escritor, un trabajo que antes se hacía paralelo a otros oficios. La escuela romántica vuelve a la idealización de la mujer y con ello a construir determinados tipos literarios que por supuesto poco tienen que ver con la mujer de carne y hueso. Sin embargo las condiciones de producción y ciertas porosidades sociales hacen que un gran número de mujeres escriban y publiquen sus obras, aunque salvo raras excepciones, casi siempre bajo la mirada tutelar de los hombres (un marido, un amante, un editor enamorado, un padre influyente, etc.). 

Claro, excepciones hubo de quienes usaron de enaguas las convenciones sociales de la época, y aquí no puedo no mencionar a una verdadera precursora de hacer “lo que se le cante”: George Sand. Alguna vez ella misma confesó en su retiro campesino de Nohant no recordar el número de amantes, pero la historia recuerda a dos de los más famosos:  el músico Fréderic Chopin y el escritor Alfred de Musset, ambos seducidos y abandonados luego. Escritora prolífica, vestida casi siempre de negro y de hombre, habitué de la noche parisina que le dio amigos artistas del porte de Balzac, de Flaubert, de Alejandro Dumas, del músico Franz Liszt y tantos más. Al enterarse de su muerte, F.Dostoievski escribió en su diario: “había bastado que leyera esa noticia para comprender cuánto significó en mi vida aquel nombre, cuánto correspondió en una época a ese poeta, de mi entusiasmo, de mi admiración, y todo lo que me dio entonces de alegría, de felicidad". 


Como autora romántica, Sand cultivó su gusto por las leyendas, los cuentos de misterios y las novelas de amor. “Las señoritas” es una leyenda de fantasmas del pantano, acá te dejo un fragmento: “Una segunda forma más sólida salió de entre los juncos y siguió a la primera alargándose como un paño flotante; luego una tercera, y otra, y otra más; y, a medida que pasaban por delante del señor de la Selle, se transformaban en mujeres enormes, vestidas con ropajes largos, pálidas, con cabellos canosos arrastrándose más que revoloteando tras ellas, hasta el punto de que no pudo quitarse de la cabeza que eran los fantasmas de los que le habían hablado en su infancia”... 



En «El Heraldo de Madrid», aparece por entregas en 1849 una novela que renueva el panorama narrativo español, que le debe mucho a los artículos de costumbres de Larra, se llama “La gaviota” y está firmada por un tal Fernán Caballero. Sin embargo, poco tiempo después se sabe que ese nombre es solo una máscara tras de la que se oculta una mujer: Cecilia Böhl de Faber, cuya extensa obra gozó de un prestigio indudable en el siglo XIX.  


La posteridad ha rescatado aquella primera novela, te dejo el comienzo del segundo capítulo: “Una mañana de octubre de 1838, un hombre bajaba a pie de uno de los pueblos del condado de Niebla, y se dirigía hacia la playa. Era tal su impaciencia por llegar a un puertecillo de mar que le habían indicado, que creyendo cortar terreno entró en una de las vastas dehesas, comunes en el sur de España, verdaderos desiertos destinados a la cría del ganado vacuno, cuyas manadas no salen jamás de aquellos límites”. La Andalucía folklórica y el conservadurismo serán temas importantes de Böhl de Faber.  


En Latinoamérica la situación de la mujer escritora era aún más difícil, sin embargo, hubo importantes figuras que sobresalieron en este oficio adjudicado a los hombres, como se lo caracterizó durante décadas. Entre las mujeres destacadas podemos mencionar a la peruana Clorinda Mattos de Turner, a la mexicana Isabel Ángela Prieto, a la boliviana Adela Zamudio, a la colombiana Josefa Acevedo de Gómez y termino mi enumeración aquí para evitar que entres en sueño profundo 

 

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