DECISIONES


Y bueno, ¿cómo empiezo?¿Cuento la anécdota que tenía pensada o comienzo con un concepto general y lo desarrollo? Debo elegir, debo hacer lo que a cada momento hacemos como especie y tan acostumbrados estamos a realizarlo que a veces no reparamos en la importancia de nuestro acto. “Estamos condenados a elegir” decía el viejo maestro Jean Paul Sartre. Y en la conciencia de esa elección está la levadura que propicia nuestra singularidad como humanos.

No hay forma de saltar ese dilema, ya que siempre deberemos elegir, aún cuando nos resistamos a tomar una determinación, el solo hecho de no hacerlo ya es toda una elección. Y cada decisión no se hace en el limbo, sino siempre “soy yo y mi circunstancia” como le gustaba proclamar a Ortega y Gasset. Y la circunstancia es fundamental, es la fuerza apelativa de nuestras decisiones, el motor y el cepo. De allí que haya resoluciones que son casi automáticas o que requieren pocas cavilaciones: por ejemplo si hago arroz o tallarines en el almuerzo, si me compro este auto o aquél, si me voy de vacaciones al mar o la cordillera, etc.


Hay otras decisiones que suelen ser más complejas y nos quitan el sueño, son una especie de “aporía”, (así la llamaban los griegos), una madeja problemática que provoca cierta parálisis en el pensamiento. Decisiones de pareja, de hijos, de traslados, de cambio de empleos suelen tener una importancia mayúscula en nuestras vidas. Lo paradójico es que algunas de las elecciones poco trascendentes por obra y gracia de la casualidad o la causalidad, del sentido o del sin sentido se tornan esenciales en nuestra vida.

Siempre recuerdo ese extraordinario cuento de Kafka, “Un médico rural”, cuyo protagonista acude al llamado de un enfermo que vive muy lejos de su casa. Ese hecho tan nimio se vuelve una verdadera pesadilla que queda resumida en la frase final del cuento: “Basta acudir una vez a un falso llamado de la campanilla nocturna para que lo irreparable se produzca”. Una pequeña decisión trae consecuencias enormes. A veces uno puede revertir lo decidido, pero en muchos casos es poco posible.

Es que decidir implica siempre abrir puertas, sin embargo por cada puerta abierta hay una o muchas que se cierran y la topografía de nuestra vida se puede trazar por las puertas que abrimos o bien por las que cerramos. En esta infinita madeja de decisiones que nos viene de Adán hay algunas que hemos heredado y que han condicionado en muchos aspectos nuestra vida, por ejemplo el hecho de que nuestros padres decidieran mudar de país, de provincia, de ciudad. Ese hecho desata una haz de consecuencias futuras: gracias a aquella decisión tuvimos esos amigos en el colegio, conocimos a nuestra/o novia/o, conseguimos determinado empleo, amamos u odiamos ese paisaje. Cada elección se me figura como un pequeño cartucho de fuegos artificiales, que a simple vista parece insignificante, pero una vez que estalla en las alturas provoca un abanico de luces que iluminan la oscuridad.

El acto de elegir conlleva siempre una dosis alta de misterio e imprevisibilidad, y si no mirá hacia atrás, y fijate en el recorrido que has hecho para llegar hasta aquí. El decidir ir a bailar aquella vez o visitar a tu amiga ese sábado condicionó definitivamente tu vida futura ya que la conociste o lo conociste y hoy estés o no estés a su lado, ese encuentro modificó—y vaya si lo hizo—tu vida.

Elegir o elegir, esa es la cuestión.

Comentarios

Entradas populares