PRIMAVERA II
Por las temperaturas de los últimos días, esta primavera está más emparentada con el invierno que con el verano; es más, me acordaba el fin de semana de una película famosa allá lejos y hace tiempo, no tanto por el contenido, sino por su título “La última nieve de primavera”, cuyo protagonista era un chico llamado Renato Castié o algo por el estilo. Película para derretir la nieve del título, por lo lacrimógena y orientada a las adolescentes que regaban las butacas del viejo cine del Club YPF. Pero dejemos los avatares meteorológicos y concentrémonos en todo aquello que denota y connota la primavera. Todas las culturas antiguas de ambos hemisferios tenían sus ritos o fiestas primaverales, en todos ellos prima la idea de renovación, de un volver a empezar de la naturaleza y del hombre; por lo tanto hay una energía nueva que altera también nuestras hormonas. De allí que, más allá de los mitos, se asocie a la estación primaveral con el tiempo del amor. Una muestra la tenemos en un poema de Juana de Ibarbourou: “Te amo y soy joven, huelo a primavera./ Este olor que sientes es de carne firme,/ de mejillas claras y de sangre nueva./ ¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo/ las mismas fragancias de la primavera!”. Mirá vos, doña Juana, y yo que pensaba que sólo había compuesto aquel famoso poema a la higuera que nos daban para recitar en la primaria.
La
misma idea está en José Martí: “Con la primavera/ viene la
canción,/ la tristeza dulce/ y el galante amor”. Su coterráneo
Nicolás Guillén asocia la primavera a la naturaleza caribeña, al
amor y al erotismo: “Quisiera/ hacer un verso que tuviera/ toda la
fragancia de la Primavera/ y que cual una mariposa rara/ revolara/
sobre tu vida, sobre tu cuerpo, sobre tu cara”. Rubén Darío
alguna vez tituló un de sus poemas más célebres “Canción de otoño en primavera”. En él se lamenta por la juventud perdida.
Quién no recuerda estos versos: “Juventud, divino tesoro/ ¡ya te
vas para no volver!”…; y más adelante llega a esta triste
conclusión: “…y de nuestra carne ligera/ imaginar siempre un
Edén,/ sin pensar que la Primavera/ y la carne acaban también...”
La primavera y sus golondrinas y sus madreselvas en flor vuelven
siempre para Bécquer, lo que ya no volverá es aquel amor que
floreció en esa estación y se marchitó vaya a saber cuándo; no te
lo cito porque seguramente te lo sabés de memoria.
En Antonio Machado la primavera se asocia a la canción popular algunas veces, es el caso de aquel famoso dístico: “La primavera ha venido/nadie sabe como ha sido”. Otras veces es el lamento por el paso del tiempo y de una juventud perdida: “La primavera besaba/ suavemente la arboleda,/ y el verde nuevo brotaba/ como una verde humareda.// […]Bajo ese almendro florido,/ todo cargado de flor/-recordé-, yo he maldecido/ mi juventud sin amor”. Otras veces la primavera tiene el sabor amargo de recordar un lugar y una mujer que se ha llevado la muerte. Así, el poeta desde las tierras cálidas de Andalucía imagina en una carta a un amigo que ya está llegando la primavera a las tierras altas de Soria: “Palacio, buen amigo,/ ¿está la primavera/ vistiendo ya las ramas de los chopos/ del río y los caminos? En la estepa/ del alto Duero, Primavera tarda,/ ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...” Al final le pide que cuando haya lirios y rosas lleve estas flores a su tumba.
Bueno, este centón primaveral termina acá, en tu memoria brincarán otros textos en los que aparece la primavera como el lugar ameno, propicio para la expresión de los sentimientos.
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