AROMAS IV

 



Dejemos ya los olores en la narrativa y vamos a darnos una vueltita por los aromas de la poesía. Inmediatamente la figura tutelar de Antonio Machado se corporiza en la página, muchos de sus poemas en “Campos de Castilla” contienen el perfume de las hierbas y plantas que crecen en esos sitios y envuelven al caminante. “Tiene el manzano el olor/ de su poma,/ el eucalipto el aroma/ de sus hojas, de su flor/ el naranjo la fragancia;…”(Las encinas). En ese memorable poema (A orillas del Duero) el poeta “trepaba por los cerros que habitan las rapaces/ aves de altura, hollando las hierbas montaraces/ de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—.”

En la poesía de Borges los olores son muy frecuentes, y cuenta Bioy en su diario que “Borges me dijo que los recuerdos que más nos emocionan son los de los olores y gustos, porque suelen estar rodeados de abismos de olvido”. Quizás para saltar esos abismos en sus poemas aparecen con frecuencia el olor de la lluvia en Buenos Aires o en Galilea o en Texas, el inconfundible de las madreselvas en un patio de los arrabales porteños, o el aroma dulzón de los jazmines.


En otros textos está la nostalgia de Dios por un aroma: “A veces pienso con nostalgia/ en el olor de esa carpintería”. También un tigre buscará “Y husmeará en el trenzado laberinto/ De los olores el olor del alba/ Y el olor deleitable del venado…”. La infancia borgeana está asociada especialmente al fuerte aroma de un árbol: “Su olor medicinal dan a la sombra/ Los eucaliptos: ese olor antiguo/ Que, más allá del tiempo y del ambiguo/Lenguaje, el tiempo de las quintas nombra”.

Hay un poema que tuve que memorizar en la secundaria y extrañamente ha persistido hasta hoy, es de la uruguaya Juana de Ibarbourou ( sí, la del poema La higuera)y en él el tema central es el aroma de su pelo para el/la amante que parece un verdadero (como se dice ahora) sommelier: “Como una ala negra tendí mis cabellos/ sobre tus rodillas./ Cerrando los ojos su olor aspiraste,/ diciéndome luego:/ -¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?/ ¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?/ ¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras/ porque acaso en ella exprimiste un zumo/retinto y espeso de moras silvestres?/ ¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!/ Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas./ ¿Qué perfume usas? Y riendo te dije:/ -¡Ninguno, ninguno!...”.


La poesía de Neruda huele a sal y algas marinas, a lluvia, a bosque sureño, a frío, a leña: “Como una mano/de la casa oscura/ salió el aroma/ intenso/ de la leña guardada”. Huele a carne de mujer, a deseo. Ahí está “Oda a su aroma” de la que te extraigo estos versos: “Desde tu corazón/sube/tu aroma/ como desde la tierra/ la luz hasta la cima del cerezo…”. Aunque no todos son aromas placenteros en algunos poemas como en “Los dictadores”, estos han dejado
“…un olor entre los cañaverales; una mezcla de sangre y cuerpo, un penetrante pétalo nauseabundo...”.

Como verás esta columna se ha transformado en un verdadero centón de versos de aquí y allá. Hay innumerables ejemplos más de poemas y poetas. En todos ellos el olfato es una especie de ganzúa para abrir algunos estantes de la memoria y extraer de allí fragancias que se vuelven palabras enjauladas en un poema.


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