CARTA A DON PABLO

[Esta columna es la última aparecida en el diario, si sigo el orden en que vengo publicando en el blog, seguramente le correspondería en el 2005, cosa que la haría totalmente inactual y descontextualizada.]

Estimado Don Pablo: no sé si decirle feliz cumpleaños, pero hoy 12 de julio en varios sitios del mundo se lo están festejando. Sé que eso le parecerá raro, sobre todo ahora que el tiempo para usted es sólo una espiral de humo; pero creo que no le desagradarían estos festejos, creo que a sus editores tampoco.

Cien años, Don Pablo, qué me dice. Homenajes para coleccionar, justo a usted que le gustaba tanto coleccionar y tenía sus casas atestadas con mascarones de proa, caracolas, primeras ediciones, botellas; incluso mujeres, Don Pablo, no se haga el desentendido, eso sí, ellas no siempre estaban a la vista. Anoche mismo vi el homenaje que en España hicieron para usted un grupo de artistas que le agregaron música a varios de sus poemas y otros los recitó un actor vestido a la usanza nerudiana: pantalones anchos, sacones largos y la infaltable gorra marinera.

Le comento, pero no se enoje, ese actor recitaba,--como era de esperar-- mejor que usted; y a propósito le confieso que si hubo algo que un día me decepcionó de usted, allá en mi adolescencia, fue escucharlo recitar sus poemas con esa voz de hipopótamo somnoliento. Yo imaginaba (sin ningún tipo de fundamento) que nadie decía mejor los poemas que sus propios autores, no podía creer que esa letanía uniforme que salía del grabador fuera la voz de Neruda, después, claro, esas cosas lo hicieron aún más singular.

Vuelvo a los homenajes, seguramente hoy Don Pablo, será el poeta más nombrado en todos los medios, toneladas de papel a su nombre diciendo obviedades o singularidades. Habrá biógrafos con vocación de proctólogos que agregarán algún dato sensacionalista, estudiosos de su obra que intentarán explicar básicamente lo inexplicable: la transformación de las palabras en un derrotero poético. Supongo que eso le gustará; usted que era tan afecto a las fiestas, a los disfraces, a la buena mesa. Alguna vez escribí que para mí usted era un glotón, un glotón de la vida, de las palabras. Me gustaría perfeccionar esa imagen: usted es un sibarita glotón.

Porque si hay algo que está en el inicio mismo de su poesía—y disculpe la petulancia Don Pablo—es esa actitud de gustador refinado del mundo; por eso sus poemas, aun en sus momentos más bajos o en sus temas más dolorosos, son siempre celebración. Usted ha sido el Sumo Celebrante de la poesía del siglo que se fue. Un Withman chileno. No se ría Don Pablo, sé que le agrada la asociación con el viejo Walt.

Sabe, siempre quise conocer Parral, ese pueblito de lluvia eterna cercano a Temuco. Me parece que el lugar de la semilla, el sitio primigenio lo nutre a uno de la empatía necesaria para comprender al artista; seguramente pensará que es un delirio lo que digo, yo también. Le cuento una anécdota y lo dejo. En Macchu Picchu prescindí del guía, ¿qué podría decirme ese señor si yo tenía la garganta llena de sus poemas que traspasaban las piedras y el tiempo?

“Por fin soy libre adentro de los seres”: más no se puede pedir Don Pablo, más no. Un abrazo.



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