BASTA DE INTERIOR

Como tan bien lo enunció un teórico ruso, todo lenguaje está cargado de ideología, y en sus porosidades esa ideología deja ver una época, una región, un género, etc. Dicho de otro modo, el lenguaje nunca es inocente. Intentaré demostrarlo.

Cuando paseo por la capital argentina suelo gastar algunas bromas a desprevenidos comerciantes o interlocutores ocasionales (es en estas circunstancias cuando mis amigos sostienen que soy un pedante), ante la consabida pregunta “¿Usted es del interior?”, suelo responder que sí, e inmediatamente les pregunto “¿De qué parte del exterior es usted?”; esto provoca el desconcierto de mis receptores y les explico que “algo interior tiene sentido si hay un exterior”; todavía perplejos intentan explicarme que para ellos, “el interior significa todo aquel que no es de Buenos Aires”.

Y este es el meollo de la cuestión. Los centros de poder cuando son descaradamente hegemónicos tienden a mirarse el propio ombligo y minimizar o despreciar al resto. “Interior” es una palabra que designa algo; pero aplicado a nuestra geografía no designa nada, o sí, una vaguedad, que junta Jujuy a Santa Cruz, Catamarca a Misiones. “Interior” es la cómoda fórmula para designar a “los otros”, sin importar sus peculiaridades y diferencias, el término señala a los que no son de acá, entendiendo ese acá como el lugar de privilegio, como el centro.

Esto no es nuevo en la historia. Lo han practicado todas las civilizaciones. Los griegos etiquetaban a los demás pueblos como bárbaros. Borraban toda particularidad, toda identidad, ya que los bárbaros eran los que no hablaban su idioma. Algo similar ocurre con la palabra “interior”.

No pretendo realizar disquisiciones históricas sobre esta palabra, me interesa mucho más la larga vigencia de su uso. Lo curioso y a mi juicio preocupante es que esta actitud se reproduce y tenemos que en algunas provincias hay un “interior del interior”. La capital neuquina convertida en macrocéfala, se arroga—conciente de su hegemonía—el derecho de llamar “interior” a todo lo que no entra dentro de sus dominios, da igual que sea Las Lajas o San Martín de los Andes. Lo mismo sucede con Santa Rosa, ubicada en el centro mismo de La Pampa, con perplejidad veo cómo sus habitantes hablan del interior de la provincia ¡como si ellos estuvieran ubicados en la estratósfera!

Tenemos así capitales provinciales con pretensiones hegemónicas muy fuertes que se trasuntan en cierta desestimación del otro y esa mentalidad se deja ver en el lenguaje. En cambio sería imposible en Río Negro hablar de interior, porque no hay ningún centro hegemónico que destaque, sino que el poder está diseminado en diferentes ciudades. Es impensable que un viedmense hable del “interior” ante un roquense, un cipoleño o un barilochense, porque estos se le irían a las barbas al instante.

El lenguaje no es inocente. El vocablo “interior” en nuestro país está articulado desde los lugares hegemónicos, desde la posición del fuerte, desde la arrogancia que da el no reconocer las diferencias. La macrocefalia sólo permite ver nuestro propio ombligo, más allá están los bárbaros...y así nos va.

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