TODO O NADA



La Universidad de Salamanca, cuya fama trasciende los límites de España, tiene dos figuras emblemáticas: Fray Luis de León y Miguel de Unamuno. Éste es sin dudas un caso especial. Unamuno era la originalidad en persona. Fue novelista, ensayista, dramaturgo, poeta, profesor de griego, latín, filósofo; fue Unamuno. Una personalidad que en su tiempo excedía su obra, y esto es mucho decir para quien ha dejado algunas de las mejores páginas de la literatura y la filosofía española.

Unamuno era vasco, pero sobre todo provenía del país de la desmesura y del culto al yo; y eso lo hace hermano de otro gran desmesurado y ególatra: Sarmiento. Pilar de aquella Generación del 98 que se propuso pensar una nueva nación y recuperar la dignidad perdida. "Quijotesco" lo definió acertadamente su amigo Machado; "energúmeno español" lo caracterizó su examigo Ortega y Gasset.

Energúmeno, arbitrario, excéntrico, singular, estrafalario, y más era don Miguel. Un hombre que no usaba corbata, que le encantaba dormir, que no dejaba hablar a nadie, que denostaba a un mito tan hispano como el Don Juan, que se atrevió a decir que el Quijote sonaba mejor en inglés que en español no podía pasar inadvertido para su época. En aquellos años agitados anteriores a la guerra civil, padeció varios destierros por sus opiniones realmente insólitas y poco prudentes. Como cuando dijo de Primo de Rivera que era "un putañero, un borracho". Terminó nuevamente exiliado en París.

Si hay algo que proliferan de Unamuno son las anécdotas que lo pintan mucho mejor que las descripciones. Cuando la República Española se va extinguiendo, Unamuno, que había sido uno de sus pilares, se vuelve un crítico feroz del rumbo que había tomado el gobierno. Trata de loco al presidente y le pide que se suicide. Así, como siempre, Unamuno no se andaba con chiquitas.

Cuando Salamanca ya pertenecía a los franquistas y Unamuno era otra vez rector de la universidad, se realizó el acto del Día de la Raza, asistieron generales, eclesiásticos y profesores que apañaban al régimen. Unamuno permanecía sentado y se había propuesto no hablar.

Sobre el final del acto el general Millán Astray, uno de los lugartenientes de Franco, junto a su guardia se atrevió a vivar a la muerte, a decir que había que matar a todos los liberales, los vascos, los catalanes, los intelectuales y... Unamuno no se aguantó, con su vozarrón calló al general, después lo trató de criminal, de imbécil, y...no paró por varios minutos hasta echarlos del lugar porque "un grupo de asnos (estaba la esposa de Franco, creo) como ustedes poco pueden hacer en este templo de la inteligencia". Dicho esto se fue a dormir, al otro día no sólo ya no era más rector en Salamanca, sino que tenía arresto domiciliario.

Denostado por igual por la derecha triunfante y la izquierda derrotada, Unamuno se quedó solo por pensar y decir lo que su íntima convicción le dictaba, sin reparar en conveniencias. A todo o nada, a lo Unamuno. Murió el 31 de diciembre de 1936 en su casa, rodeado de pajaritas de papel que él mismo construía.

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