Literatura y exilio II

Los escritores y escritoras exiliados forman legión; pero no es para hablar de sus personas la intención de estas columnas, sino para abordar personajes, obras, en los que aparece el tema del destierro.

En particular me interesa destacar un periodo cargado de misterio y leyenda; pero casi desconocido para la mayoría, aquél de la permanencia árabe y judía en la península ibérica durante ocho siglos. De ese tiempo nos llegan, a veces, a modo de pequeñas grietas de un volcán enorme y poco explorado, pequeñas bocanadas de palabras, fumarolas líricas de poetas árabes y judíos que nos permiten atisbar cómo se vivía y sentía, cuál eran las costumbres, los anhelos, las cuitas de la gente en el Al-Andalus.

Y por supuesto, no podía estar ausente el tema del exilio. El poeta árabe Ben Al-Labbana refiere la despedida del desterrado Al-Mutamid y su familia, siglos después percibimos en la escena el desgarrado dolor de los que se van: “Todo lo olvidaré menos aquella madrugada junto al Guadalquivir, cuando estaban en las naves como muertos en sus fosas.[...] Partieron los navíos, acompañados de sollozos, como una perezosa caravana que el camellero arrea con su canción. ¡Ay, cuántas lágrimas caían al agua! ¡Ay, cuántos corazones rotos se llevaban aquellas galeras insensibles!”.

En aquellos tiempos de intrigas, recelos y traiciones era común perder los favores de los gobernantes del Al-Andalus y ser desterrados a algunas ciudades de África o a Damasco o Bagdad. El poeta Al- Ysuf Habib cuenta la pena y la añoranza de Córdoba de un desterrado: “Entre mi casa y yo median demasiados soles; es noche estrellada aquí y llega el viento frío del desierto. Allá en mi jardín el agua cantará triste y los pájaros del atardecer no tendrán quien les arroje migas blancas. Córdoba, ya no vivo ni viviré si tus calles me son ajenas.” Tanto en el poema del párrafo anterior como en este, se remarca uno de los efectos más constantes del exilio, el de ser muertos en vida.

El mayor poeta judío de la España medieval fue Rabí Yehudá Halevi, nacido en Toledo. Hay en muchos de sus poemas una añoranza eterna por la patria de su sangre, Israel: “Mi corazón está en el Oriente y yo, en el extremo Oeste. ¿Cómo podré saborear un alimento? ¿Cómo me puede parecer sabroso? ¿Cómo habré de pronunciar mis votos y mis promesas, mientras Sión yace cautiva en manos de Edom, y yo encadenado a los árabes?...”

El exilio es un castigo y es imposible torcerlo salvo con la intervención divina, según Salomón ibn Gabirol, poeta hebreo nacido en Málaga: “Yo he residido en el exilio, hundido en el fango y nadie ha hecho nada para liberarme ¿Hasta cuándo, Señor, demorará mi redención?...”

Hay una herida en el pueblo sefardí, expulsado de España, que aún no cicatriza, como lo refiere este poema contemporáneo: “Hay una llave que abre y cierra el pasado/ y el futuro y hace doler el presente./ La llave de la casa toledana/ que mis antepasados cerraron hace siglos,/ la llave que abrió un surco por donde aun brota sangre.”

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