LITERATURA Y EXILIO III

Hablar del exilio de los escritores del régimen soviético es entrar en una lista lamentablemente demasiado larga. No busco enumeraciones administrativas, sino apenas algunos reflejos sorprendentes del drama que se cuela, inevitable, en la escritura. Parte del horror ya ha sido registrado en una obra emblemática: Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn, quién experimentó en carne propia la tortura y la cárcel hasta lograr exiliarse.

En una época difícil por el giro dado a la Revolución, Marina Tsvetáieva decidió volver a Rusia sabiendo que a los ojos de Stalin era mujer, intelectual y había vivido en el extranjero, todo esto la tornaba sumamente peligrosa; pero su nostalgia de Rusia pudo más. En un poema señala la suerte de todo un grupo de poetas e intelectuales, No nos desbarataron; nos perdieron/ por los tugurios de las latitudes:/ disgregados como huérfanos. La voz poética actualiza la tensión entre el amor a la tierra natal y el peligro de la disolución de la propia vida: Lo natal, lo pasado,/ rasgos todos y marcas:/ toda fecha borrada-/ donde ha nacido el alma./ Mi tierra me ha perdido...” Se suicidó en una remota región tártara donde fue deportada por el régimen soviético en 1941.

También el premio Nobel Joseph Brodsky soportó la cárcel y pudo exiliarse en Estados Unidos; al cumplir cuarenta años repasa algunos aspectos de su vida y mantiene vivo en su recuerdo el paisaje ruso: (He)Abandonado el país que me nutrió/ [...]He admitido en mis sueños la pupila azul del carcelero,/ mordisqueado el pan del exilio sin dejar una miga.

¿Qué es volver para un exiliado? ¿Realmente se vuelve? ¿Volvió verdaderamente Ulises a su Ítaca? Para la poeta rusa Ana Ajmatova, también deportada por Stalin a Siberia, pero que logró sobrevivir y volver a su ciudad, este regreso es imposible e ilustra las marcas que el exilio deja, marcas que no se borran por el resto de la vida: Unos van por un sendero recto,/ Otros caminan en círculo,/ Añoran el regreso a la casa paterna/ Y esperan a la amiga de otros tiempos./ Mi camino, en cambio, no es ni recto, ni curvo,/ Llevo conmigo el infortunio,/ Voy hacia nunca, hacia ninguna parte,/ Como un tren sobre el abismo.


El polaco Czeslaw Milosz, exiliado en Estados Unidos, recuerda en un poema su ciudad natal que vive en la memoria y que la escritura recupera, Nunca de ti, ciudad, he podido irme./ Clavando los ojos en las pardas colinas detrás de las torres de Santiago/ Donde se mueven un pequeño caballo y un hombre pequeño/ detrás del arado,/ Ciertísimamente desde hace mucho ya muertos.

Kostandinos Kavafis, poeta alejandrino muestra la imposibilidad de dejar de ser un exiliado: "No encontrarás otra tierra, otro mar./ Aquí terminarás, no esperes nada mejor. /No hay barco para ti, no hay camino./Como has destruido aquí tu vida,/en esta angosta esquina de la tierra,/así la has destruido en todo el mundo”.

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