HISTORIAS DE NAVIDAD


a W.F.T

El otoño en Wlodawa solía ser muy bello cuando la nieve no se anticipaba y el sol manchaba con una pátina brillante los campos, el pueblo y la gente. El otoño en Wlodawa era el tiempo propicio para el amor. Los jóvenes, ya liberados de sus tareas de cosecha, se ocupan apenas de los preparativos para superar el largo invierno. Allí a la vera del puente que cruza el río, Basilio y Ana descubren caminos nuevos de la pasión mientras se ríen y sueñan con una vida juntos.

Se habían conocido en el coro de la iglesia, Ana era hija de comerciantes que venían de Varsovia; Basilio era el mayor de los Sanchuk, una familia que poseía unas pocas hectáreas de tierra y muchos hijos en las afueras del pueblo. Los padres de Ana cuando se enteraron del pretendiente de su hija, amenazaron con mandarla a la capital, dispuestos a no hacer concesiones con ese joven gigantón sin ningún futuro. Pese a todo, y ante el menor descuido, ellos se las ingeniaban para verse.

Volvamos lector, lectora, cerca del río donde los dejamos. Se escucha la inconfundible voz de Basilio cantando y Ana lo escucha y mira el cielo -recostada sobre el pasto- y piensa si las nubes en América tendrán las mismas formas que aquí. América se llama el sueño de Basilio, ahora que ya es mayor de edad y que su padre ha decidido enviarlo con unos parientes para que el muchacho tenga una vida mejor y haya una boca menos para alimentar.

Ana le propone escaparse juntos, él se ríe y le pide que lo espere y que tiene dos años para convencer a sus padres de que la dejen partir, que no sabe si vendrá a buscarla o le enviará el pasaje, que tenga paciencia, que ya estarán juntos, que en América todos son ricos.

Cuando Basilio llega a la casa de sus parientes, allá en la colonia rusa como la llaman los argentinos, siente que éste puede ser su lugar en el mundo. Le adjudican unas tierras, trabaja a destajo, la extraña; pero sabe que dos años pasan rápido. Todos en la colonia están encantados con el nuevo inmigrante, muchas se maravillan de su voz en la iglesia o en las fiestas. Basilio junta, peso a peso, mientras levanta su casa, el dinero para el pasaje.

La noticia llegó de noche, en la voz ondulante de un locutor en la radio del bar de la colonia. La guerra, la invasión a Polonia. A la luz de una vela, esa noche escribió a Ana, a sus padres, pero las respuestas nunca llegaron. Algunos años después supo que algunos de sus hermanos sobrevivieron a la guerra; de ella y su familia, nada.

Basilio se ve solo en el mundo. Se casa, tiene hijos que ya grandes repiten la historia de su padre y se van a la ciudad porque el sueño de América es de aliento corto. Desde aquella vez no volvió a cantar, tampoco volvió a la iglesia.

Cuando lo conocí, ya viudo, me impresionó su enorme estatura. La misma que ocupó gran parte del espacio que dejaba la puerta abierta de la iglesia aquella nochebuena de 19.., ya comenzada la misa. Cuarenta años después Basilio volvió sin saber por qué, ante el cuchicheo frenético de las viejas y la mirada sorprendida de los amigos. También esa navidad era especial en la colonia, estaban las Hermanas Basilianas, que venían de Misiones.

Basilio supo que el destino es una madeja enmarañada cuando escuchó una voz en el coro. Cuando terminó la misa la vio, ella también. Se dedicaron una sonrisa y luego se abrazaron y más allá de la toca y de los trajes, más allá de las mutuas arrugas, de las mutuas canas, de las vidas que se les gastaron, oyeron el río de Wlodawa.

"Feliz Navidad" fueron sus primeras palabras.

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