LA LAGUNA ESTIGIA




Sí, la laguna Estigia marca el límite, el umbral que una vez transpuesto ya no se vuelve, el viaje sin retorno, el final de nuestro derrotero sobre la tierra. Ubicada en un territorio impreciso, la laguna era la puerta de entrada al mundo de los muertos, al Hades, como lo llamaban los griegos. Según la mitología helénica Estige era una ninfa que ayudó a los dioses en su guerra contra los titanes y se le concedió la importancia de ser el puente entre este mundo y el otro.


Pero no debemos olvidar que también sus aguas tenían—paradójicamente—el poder de volver invulnerable a cualquier hombre que se bañara en ellas. Aquiles, al nacer, fue sumergido por su madre y sólo le quedó el talón sin ser tocado por el agua. Años después el héroe morirá de un flechazo justamente en ese lugar desprotegido. Se decía también que sus aguas eran pestilentes y venenosas.


Las almas de los muertos no pasaban solas la laguna, sino que un barquero se encargaba de conducirlas hacia el Hades, ese barquero era Caronte. En general la literatura lo presenta como un viejo malhumorado e inflexible, que cobraba a las almas por el viaje (de allí la antigua costumbre de enterrar a los muertos con una moneda en la boca o en los párpados) y que rechazaba a algunas porque sus cuerpos permanecían insepultos o no tenían el óbolo. Caronte no permitía a los vivos acceder a su barca y sólo lo pudieron hacer Heracles, Orfeo y Eneas según lo cuenta Virgilio en el libro VI de la “Eneida”.


La literatura ha utilizado profusamente a lo largo del tiempo la imagen de la laguna y la de su barquero. Luciano de Samosata, filósofo griego y creador de diálogos satíricos y morales que le han dado perduradera fama; presenta en uno de ellos llamado “El diálogo de los muertos” a un grupo de almas en las orillas de la Estigia, a punto de abordar la barca. Pero Caronte se queja de que el peso es mucho e invita a todas las almas a despojarse por completo para poder subir. Ninguna de ellas quiere quitarse la belleza, las medallas, los músculos, etc. Con pasajes realmente hilarantes el diálogo es una muestra de lo poco que sirve ante la muerte, las vanidades, grandezas, fortunas, vicios y debilidades humanas.


Alfonso de Valdés, secretario del emperador Carlos V, compuso el “Diálogo de Mercurio y Carón” en el que los dos protagonistas, ya cristianizados, se encuentran a la orilla de la laguna e interrogan a las almas que llegan. En la obra se denuncia la intolerancia religiosa, la soberbia eclesiástica, la ambición, el espíritu belicoso y se exalta la obra política del Emperador.


Garcilaso en la Égloga III, también hace mención al “Estigio lago” y cómo olvidar los versos de Machado que dan digno final a esta columna: Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,/ casi desnudo, como los hijos de la mar”.

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