HOMERO Y EL AGUA



Bucear en la literatura clásica las relaciones entre esta y el agua es adentrarnos en un mar sin fondo. De ese inmenso piélago rescatamos algunas perlas valiosas y siempre vigentes.

Todo comienza en Troya, la ciudad mítica, edificada a orillas del río Janto, que cambiará su nombre cuando el joven Escamandro en un combate cae a sus aguas y, convertido en dios-río por Zeus llevará ese nombre para la posteridad. Con ese apelativo se conocen sus rojizas aguas en "La Ilíada", en aquel célebre pasaje del canto XXI que relata la furia de Aquiles por la muerte de su amigo Patroclo. Cuenta Homero que el héroe mató a tantos troyanos y sus caballos y los iba tirando al río, y que este, asumiendo figura humana, lo instó a dejar de matar troyanos, Aquiles lo desafió y el río quiso ahogarlo. Uno de los dioses acudió en ayuda del guerrero griego y ordenó a Escamandro que retornase a su cauce.

Muchos siglos después de aquella célebre transformación del río en un hombre, el español José María de Samaniego repite parte de la escena en clave paródica y subida de tono en un largo poema titulado “El dios Escamandro”. En él un astuto joven, Simeón, urde un plan para conquistar a una doncella que está lavándose con sus aguas, con voz tonante, mojado y con algas y plantas en la cabeza finge que es la personificación del Escamandro y por supuesto, la requiere de amores con un sinnúmero de promesas: “Por ti la forma de hombre/ me he gozado en tomar: nada te asombre./ Vuelve al río, dichoso/ en gozar de ese cuerpo delicioso,/ que aún más que su cristal puro es mi pecho./ Ven a dejar mi anhelo satisfecho;/ y en pago estas riberas esmaltaré de flores/ que huellen esos pies encantadores;/ y a ti y tus compañeras,/siempre que a ser mi esposa te resuelvas,/ ninfas haré del río o de las selvas...”. Ante tales proposiciones la ingenua cede.

También Ulises, el héroe de la “Odisea” debe luchar contra el agua durante toda su odisea, surcando el mar laberíntico, de isla en isla, perdido por años el camino hacia su tierra, Ítaca. Al final del canto V y luego del naufragio frente al país de los feacios, Ulises nada hacia la costa; pero hay un río que desemboca en ella y no lo deja llegar por lo intenso de su caudal. Perdido por perdido le suplica al río cómo si fuera un dios: "Óyeme, ¡oh soberano, quien quiera que seas! Vengo a ti, tan deseado, huyendo del mar y de las amenazas de Poseidón. Es digno de respeto aún para los inmortales dioses el hombre que se presenta errabundo, como llego ahora a tu corriente y a tus rodillas, después de pasar muchos trabajos. ¡Oh rey, apiádate de mí, ya que me glorío de ser tu suplicante!”. Cuenta Homero que el río disminuyó su corriente, apaciguó las olas y salvó a Ulises.

De la que nadie nos salva es del paso obligado por la laguna Estigia, antesala del mundo de los muertos, pero confiemos que la hora de surcar sus aguas está lejana.

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