VENECIA Y LA LITERATURA II


               Esta es una ciudad hecha de agua y tiempo, y por qué no, también de literatura. Goethe, cuyo viaje a Italia transformaría definitivamente su estética, inició quizás esta devoción por Venecia. Antes ya Shakespeare situó la acción de “El mercader de Venecia” en esta ciudad. Y me pregunto y me lo reprocho, mientras me dirijo a San Michele, si de una buena vez podré mirar las cosas en su desnudez primera y no siempre recubiertas por la pátina literaria.


               En San Michele está el cementerio más famoso de la ciudad, entre sus muros acunados por el agua está la tumba de  Sergei Diaghilev, fundador del ballet ruso, cerca de allí su amigo, el músico, Igor Stravinsky y los poetas que hicieron de Venecia su última patria, el ruso Joseph Brodsky y el controvertido Ezra Pound. Me dicen que el monasterio franciscano está vacío y que los últimos cuatro monjes que custodiaban los difuntos abandonaron la isla hace cerca de un año.


               El encaje alzado de las fachadas venecianas es el mejor rastro que el tiempo, alias agua, haya dejado nunca sobre tierra firme. Es como si el espacio, más consciente aquí que en ningún otro lugar de su inferioridad frente al tiempo, le respondiera con la única propiedad que éste no posee, con la belleza. Y es por esta razón por lo que el agua toma esta respuesta, la retuerce, la golpea y la rompe en pedazos, aunque al final la recoja y la lleve consigo hasta depositarla, intacta, en el Adriático”. La cita corresponde a uno de los libros más hermosos escritos sobre la ciudad, “Marca de agua” de Brodsky. El poeta ruso, ya exiliado, pasaba por lo menos un mes todos los años en Venecia, "la más inverosímil de las ciudades", como la llamó Thomas Mann.


               En el regreso por el Gran Canal, con un tráfico incesante, sigo deslumbrado por las fachadas de los edificios que rezuman historia. En uno de estos palacios escribió algunas de sus novelas Henry James, otro amante de la ciudad. Una de ellas, “Los papeles de Aspern”, transcurre en el verano veneciano. También por esta zona se hospedaban Lord Byron y Shelley, los poetas románticos que huían de la niebla inglesa.


                  "Venecia resume toda la historia del ser humano, es viciosa y hermosa". Así califica Antonio Gala, el escritor español, el escenario en el que transcurre su novela, “Los papeles de agua”. Y tiene razón, me digo, mientras atardece y recorro, luego de un aperitivo, las viejas callejuelas de este sector de la ciudad, que a Brodsky le recordaban los pasillos de una biblioteca.


               Temo que estas líneas se hayan transformado en un inventario de citas, que la ciudad que ven mis ojos, sea sólo un espejismo literario y no la Venecia que vos lector, lectora imaginaste o viste. Esta es una vieja tara que llevo conmigo y a la que me resigno. Anochece ya sobre el Adriático. En mi camino hacia el hotel encuentro una placa que recuerda el lugar donde nació Casanova. Quizás ese sea el encanto de Venecia, ser la seducción misma, única y siempre cambiante como el mar que se retuerce en sus canales.

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