El Ganges y la literatura

Benarés es una ciudad santa, a ella llegan en determinadas épocas del año miles de peregrinos de toda la India; y el centro de Benarés no es una plaza o una populosa avenida, sino el río Ganges, el torrente espiritual que baña la India.

Recuerdo un hermoso poema de Benjamín Prado sobre los ríos que comienza: "El Ganges era lento y el Mississippi oscuro;/ uno se parecía a las panteras/ y otro a los ojos de un soldado herido". Heridos, tullidos, moribundos se agolpan en los escalones que llegan al río.

Vienen a purificarse en estas aguas sagradas y así prepararse para la muerte que es liberación. Purificación simbólica porque el Ganges en su paso por esta ciudad es uno de los cursos de agua más contaminados del planeta, y hay estudios que aseveran que la bacteria del cólera que puede vivir en el agua por más de veinticuatro horas, aquí sólo sobrevive tres. En el atardecer desde las riberas del río se pueden observar las piras en las que arden infinidad de cuerpos cuyas cenizas se disolverán en el viento y el agua.

Acentuando el contraste, hay un incesante gentío que pulula en sus aguas, que peregrina en la corriente sagrada buscando ser más dignos ante la divinidad. Cuenta la leyenda que en la guerra de los dioses con los demonios, un santón, Agastya, se bebió todos los océanos.

Cuando la lucha terminó, Agastya no pudo devolver el agua y Brahma accedió para que Ganga, el río celestial descendiera a la tierra; pero existía un inconveniente, ese río cuando se volcara desde el cielo podría originar innumerables catástrofes, fue en ese momento que el bifronte Shiva, el dios de enormes y ondulados cabellos, se ofreció a contenerlo haciéndolo pasar por el laberinto de su pelo. Así el Ganges lava y purifica el cuerpo de los vivos y las cenizas de los muertos.

Hay un poema de José Emilio Pacheco que resalta la intemporalidad del río y su torrente que fluye como metáfora del tiempo, indiferente a las pasiones humanas: "A la orilla del Ganges aguardé,/ por espacio de cuatro siglos,/ el cadáver de mi enemigo./ Vi pasar en el agua restos de imperios,/ pero no los despojos de mi enemigo./ En el proceso me volví piedra, planta, raíz/ y luego un poco de basura flotante/ que se llevó entre sus ondas el Ganges./ Que decepción: jamás me vi pasar,/ nunca supe que yo era mi enemigo"

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Borges tampoco pudo sustraerse al encanto del Ganges, hecho de devoción, de tiempo y literatura; en el poema dedicado al agua, sostiene que todos los que alguna vez nos bañamos en un río, quizás sin saberlo, nos hemos estado bañando en el Ganges: "Los lenguajes del hombre te agregan maravillas/ Y tu fuga se llama el Eúfrates o el Ganges./ (Afirman que es sagrada el agua del postrero,/ Pero como los mares urden oscuros canjes/ Y el planeta es poroso, también es verdadero/ Afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges.)".

Es posible que así sea, y que el agua que sostiene nuestra vida sea sagrada, como el Ganges.

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