DESFASADOS II
El Rolo Santamarina fue herrero, del gremio de
Hefesto, de los de fragua y martillo. Tenía las manos deformadas por el calor,
las esquirlas y los golpes dados a las rejas de arado, a las herraduras de los
caballos; pero ya grande tenía deformada el alma cuando su fragua
definitivamente se apagó porque nadie entraba a su herrería.
Entre lo vivido y lo leído, en mi caso, la frontera
es cada vez más lábil y por eso me acuerdo ahora también del grotesco criollo
de Armando Discépolo, “Mateo”. En esa obra don Miguel, un cochero de plaza a
caballo ve lentamente cómo su oficio es deshilachado por el progreso y
reemplazado por el automóvil. Aunque ahora los cocheros perviven como nota
exótica transportando turistas en algunas ciudades del mundo, son eso, un
embeleco para viajeros.
Mi tío Segundo tuvo diversos trabajos, pero creo
que su favorito era el de arriero, esa ocupación que llevaba animales marchando
por días de un territorio a otro, la misma que dignificara en la literatura Raucho
y Don Segundo Sombra, los personajes de la novela de Güiraldes. El tren en
algunos sitios y luego el camión terminaron con un trabajo complejo que
implicaba un sinnúmero de conocimientos que había que aplicarlos sobre la
marcha.
La era de la electrónica ha creado y enterrado
varios oficios debido a su cultura de la novedad constante. Cada vez son menos
quienes se especializan en reparar electrodomésticos ya que generalmente es más
caro reparar que comprar uno nuevo y lentamente esta actividad va
desapareciendo, cuesta encontrar a alguien que arregle lavarropas, heladeras,
televisores. El oficio de técnico en telefonía móvil ha llegado pronto a su
techo y parece ser que en un futuro más que componer celulares se dedicarán a
vender perifollos para estos aparatos. Hace tres lustros reparar computadoras era
un trabajo con un porvenir prometedor; sin embargo en la actualidad los
técnicos se abocan sobre todo a reemplazar piezas o sacar virus de nuestros
equipos. Vos te acordarás, seguramente, de los técnicos en máquinas de
escribir, hablar de ellos hoy es casi como hablar de los dinosaurios.
Si no es un cumpleaños de quince o un casamiento ya
las modistas apenas tienen trabajo de composturas y ni hablar de los sastres,
una especie ya extinguida. “Confecciones Pirineo” era el lugar donde exhibía
sus creaciones el último sastre de mi pueblo, don Egido; pero sus tijeras no
pudieron cortar el avance de los tiempos y el local desapareció.
Y los soles también han ido desgastando el
prestigio del relojero, ese que verdaderamente arreglaba nuestro reloj pulsera
o los despertadores y que ya apenas van quedando algunos.
Seguramente vos recordarás otros oficios
desaparecidos o a punto de hacerlo…espero que el de columnista dure un tiempito
más…
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