DESFASADOS II




Te hablé en la columna anterior de la injusticia que significa vivir desfasados en el tiempo, y cómo determinadas habilidades y oficios ascienden en prestigio y otros se deslizan pendiente abajo hasta, en algunos casos, caer definitivamente. No te hablo de la prehistoria, apenas unas décadas atrás, en mi pueblo había un lechero, don Lagos, que recorría todas las mañanas mi barrio con su carrito verde y su caballo blanco. En los costados del carro iban los tachos de aluminio y con una jarra medidora te daba el litro de leche en el recipiente que vos llevabas. Sé que por la velocidad de la vida actual don Lagos parece hoy un vendedor del cabildo de Mayo, de esos que representábamos en los actos escolares. Y sin embargo hay otro tipo de vendedor que se parece bastante y tiene presencia hoy, el repartidor de bidones de agua. ¿quién nos iba a decir hace décadas que este oficio iba a ser tan numeroso en la actualidad?

El Rolo Santamarina fue herrero, del gremio de Hefesto, de los de fragua y martillo. Tenía las manos deformadas por el calor, las esquirlas y los golpes dados a las rejas de arado, a las herraduras de los caballos; pero ya grande tenía deformada el alma cuando su fragua definitivamente se apagó porque nadie entraba a su herrería.

Entre lo vivido y lo leído, en mi caso, la frontera es cada vez más lábil y por eso me acuerdo ahora también del grotesco criollo de Armando Discépolo, “Mateo”. En esa obra don Miguel, un cochero de plaza a caballo ve lentamente cómo su oficio es deshilachado por el progreso y reemplazado por el automóvil. Aunque ahora los cocheros perviven como nota exótica transportando turistas en algunas ciudades del mundo, son eso, un embeleco para viajeros.

Mi tío Segundo tuvo diversos trabajos, pero creo que su favorito era el de arriero, esa ocupación que llevaba animales marchando por días de un territorio a otro, la misma que dignificara en la literatura Raucho y Don Segundo Sombra, los personajes de la novela de Güiraldes. El tren en algunos sitios y luego el camión terminaron con un trabajo complejo que implicaba un sinnúmero de conocimientos que había que aplicarlos sobre la marcha.

La era de la electrónica ha creado y enterrado varios oficios debido a su cultura de la novedad constante. Cada vez son menos quienes se especializan en reparar electrodomésticos ya que generalmente es más caro reparar que comprar uno nuevo y lentamente esta actividad va desapareciendo, cuesta encontrar a alguien que arregle lavarropas, heladeras, televisores. El oficio de técnico en telefonía móvil ha llegado pronto a su techo y parece ser que en un futuro más que componer celulares se dedicarán a vender perifollos para estos aparatos. Hace tres lustros reparar computadoras era un trabajo con un porvenir prometedor; sin embargo en la actualidad los técnicos se abocan sobre todo a reemplazar piezas o sacar virus de nuestros equipos. Vos te acordarás, seguramente, de los técnicos en máquinas de escribir, hablar de ellos hoy es casi como hablar de los dinosaurios.

Si no es un cumpleaños de quince o un casamiento ya las modistas apenas tienen trabajo de composturas y ni hablar de los sastres, una especie ya extinguida. “Confecciones Pirineo” era el lugar donde exhibía sus creaciones el último sastre de mi pueblo, don Egido; pero sus tijeras no pudieron cortar el avance de los tiempos y el local desapareció.

Y los soles también han ido desgastando el prestigio del relojero, ese que verdaderamente arreglaba nuestro reloj pulsera o los despertadores y que ya apenas van quedando algunos.

Seguramente vos recordarás otros oficios desaparecidos o a punto de hacerlo…espero que el de columnista dure un tiempito más…

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