DON FRUTOS
Me
conozco de memoria las oficinas de detectives y comisarios de diferentes partes
del mundo. He visto el cuarto de Sherlock Holmes y su pulcritud inglesa; el
escritorio sucio y enclenque que hacía juego con la piecita de Philip Marlowe;
el desorden reinante en la oficina de Maigret que contrasta con el orden de
Poirot. En fin, he pasado frío en la desvencijada y espartana comisaría de
Laurenzi en La Plata, o en la celda 273
de la Penitenciaría Central, epicúrea e inclemente, que albergaba a don Isidro
Parodi, el detective amigo de Bioy y Borges.
Connan Doyle y su detective estuvieron en las siestas adolescentes, eran un verdadero reto a la inteligencia. Asombraba la capacidad de razonamiento de Sherlock Holmes para lograr dar con el culpable; como también asombraba la intuición potente del padre Brown, el singular investigador de Chesterton. Como en toda frecuentación asidua, comenzaron las grietas, y ya molestaban la confianza desmedida, el tono superior y la jactancia del triunfo.
En cambio el comisario Laurenzi tenía ciertas fisuras que lo hacían más
cercano a nosotros, contaba sus fracasos, su poca confianza en la justicia de
los jueces, sus aprietes, su debilidad ante determinados casos que le impedían
arrestar al culpable; pero también tenía un ojo de lince para observar detalles
y pistas que lo llevaban a resolver el caso.
Después llegaron los detectives del policial negro sobre todo las
creaturas de Simenon y de Chandler, el Sam Spade de Hammett y el Pepe Carvalho
de Vázquez Montalbán. Personajes entrañables, que mostraban que el mundo del
delito era mucho más complejo que la polaridad buenos-malos o
ladrones-policías.
Don Frutos es un hombre sabio, alguien que conoce a fondo la sicología
humana y su entorno. El campo es su hábitat natural y sería impensable
encontrarlo en una comisaría de ciudad. No fue nunca a la escuela, parece,
habla una mezcla de guaraní y castellano rural, dice: trompesó, pa, nicó,
dentre, refalao, gurí, emprestao; no sabe, por ejemplo, qué quiere decir “deducción”
ante el admiración de su “estruido” oficial Arzásola.
Don Frutos todo lo averigua sin aspavientos y con sabiduría. Un
personaje querible por donde se lo mire, al que dan ganas de pasarle un mate y
sentarse con él junto al brasero de la comisaría para hablar largo y tendido
sobre el bicho humano y sus miserias y sus grandezas.
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