CÁRCELES II
“Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la
calor,/ (…)sino yo, triste, cuitado,/ que vivo en esta prisión;/ que ni sé
cuándo es de día/
ni cuándo las noches son,/ sino por una avecilla/ que me cantaba el albor./ Matómela un ballestero;/ déle Dios mal galardón”. Este pequeño poema ha viajado en el tiempo y los hombres de cinco o más siglos han recitado las cuitas de este prisionero ignoto pero cuya voz lastimera ha quedado para siempre en la memoria de la cultura. La cárcel no es una institución que nuestra especie puede exhibir con orgullo, muestra nuestra cara menos tolerable; pero como dijimos en la columna anterior en el ámbito irrespirable de un pequeño cuartucho muchos escritores han sacado provecho de esa experiencia para la literatura.
ni cuándo las noches son,/ sino por una avecilla/ que me cantaba el albor./ Matómela un ballestero;/ déle Dios mal galardón”. Este pequeño poema ha viajado en el tiempo y los hombres de cinco o más siglos han recitado las cuitas de este prisionero ignoto pero cuya voz lastimera ha quedado para siempre en la memoria de la cultura. La cárcel no es una institución que nuestra especie puede exhibir con orgullo, muestra nuestra cara menos tolerable; pero como dijimos en la columna anterior en el ámbito irrespirable de un pequeño cuartucho muchos escritores han sacado provecho de esa experiencia para la literatura.
“En la Cárcel de
Reading, junto al pueblo/ de Reading, hay un hoyo de vergüenza/ en donde yace
un hombre miserable/ comido por los dientes de las llamas/ y envuelto en una
sábana de fuego./ Sin nombre está su tumba abandonada”, dice esta bella estrofa
de la balada compuesta por Oscar Wilde sobre un prisionero que fue ejecutado
mientras el escritor cumplía su condena por sodomía, luego de un proceso
célebre que escandalizó a la sociedad victoriana. “De profundis” sí fue escrita
en esa cárcel y es una larga epístola a su amante Alfred Douglas. Para André
Gide, la obra es, además de una mezcla de teorías “bastante vanas y espaciosas,
el sollozo de un herido que se debate”. La experiencia de la cárcel fue desde
lo personal el fin del brillante Oscar Wilde, que a los cuarenta y seis años
murió exiliado e indigente en París. Una de las frases que escribe en su larga
carta puede aplicársele perfectamente: “Muchos al salir de la cárcel se la
llevan consigo, la ocultan como una desdicha secreta y durante largo tiempo se
arrastran para morir en una agujero, como pobres bestias envenenadas”.
François Villon
reúne el ideal romántico de poeta y salteador de caminos, bandolero y trovador.
Su obra aúna el desparpajo ante la sociedad y sus reglas y su talento
literario. Por robo, asalto, homicidio son algunas de las entradas a la cárcel.
En 1462 es arrestado y condenado a la horca. En la cárcel escribió su célebre
Balada de los ahorcados: “Oh hermanos, que vivís después de nosotros,/no nos
cerréis los corazones piadosos,/ pues, teniendo piedad de nuestras pobres
almas,/ Dios la tendrá luego de vuestros ojos/ que aquí nos miran. Juntos
estamos cinco o seis/ y la carne que alimentamos a demasiado costo/ está,
después de mucho, roída y putrefacta,y nosotros, huesos, nos volvemos ceniza y polvo./ De nuestros males no se burle
nadie:/¡y rogad a Dios que nos absuelva a todos”! Un año después de su arresto, su pena fue conmutada y se lo desterró.
Nada se sabe de su suerte posterior.
Otro escritor que eludió la condena, pero tuvo varias entradas a
prisión, fue William Burroughs, uno de los integrantes de la “generación beat”,
quien al parecer alcoholizado colocó un vaso de tequila en la cabeza de su
mujer y le disparó, el tiro no rompió el vaso pero sí el cráneo de su esposa.
Muerte accidental, dijeron los jueces mexicanos.
“El beso de la mujer araña” es una de las obras más reconocidas de
Manuel Puig. Toda la novela se desarrolla en la cárcel, en la que sus dos
protagonistas de caracteres antagónicos, mediante la convivencia terminan
influyéndose mutuamente.
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