LIBRERÍAS II
La librería como un
espacio de placer, de lugar aislado de ruidos, con un olor inconfundible a
libros nuevos, a papel y tinta recién salida del taller va quedando atrás. El libro electrónico ha establecido su
cabecera de playa, desde allí avanzará en forma irremediable sobre el
territorio librero; y aquella delectación morosa surgida de recorrer lentamente
los anaqueles, examinar las tapas, mirar los lomos, indagar los índices corre
serio peligro; ya que simplemente ahora adquiriremos un programa informático y
sus extensiones. Sé que si sos un amante de los libros este cambio no te
gustará para nada, pero ya no hay forma de revertirlo.


Y si seguimos el
recorrido por librerías antiquísimas no puedo no mencionar a “La Riojana”. El
local estaba en la calle Alsina y era su dueño un marino español llamado
Laureano Oucinde. Este decidió instalarse en el país y comenzó vendiendo su
inmensa biblioteca. Por ella pasaban en el atardecer algunos escritores como Miguel
Cané, Bernardo de Irigoyen, Calixto Oyuela, Navarro Viola y destacados
periodistas atraídos por los libros raros que el marino logroñés ofrecía. Allí
se armaba una tertulia que quizás sea el antecedente de estas nuevas librerías-cafés.
Esto ocurría en el verano y para evitar el calor del local, los contertulios
sacaban sillas a la acera e incluso invadían la calle. Cuando el bullicio de la
corneta anunciaba la cercanía del tranway, los clientes levantaban sus sillas, dejaban paso y luego volvían a
instalarse para continuar con la charla. ¡Qué lejos estamos de esos tiempos con
nuestra prisa cotidiana!
Las librerías de la
llamada “Generación del 80” se especializaban en todo lo que viniera de
Francia. Así en la calle Victoria se encontraban la “Librería Francesa” y la de
Claudio M. Joly, ambas publicaban catálogos en español y francés y ofrecían
suscripciones a periódicos franceses, españoles e ingleses. Un abogado francés,
Emilio Daireaux, relató en su libro de viajes la francofilia de la clase
ilustrada porteña: “las librerías exhiben en sus escaparates los libros
franceses; las novelas de sensación de autores populares en Francia hallan allí
mil compradores en el espacio de algunas horas, tan luego como aparecen; los
periódicos franceses llegan por fardos […];determinadas revistas encuentran
allí tan considerable número de lectores que podrían desear hallar un número
igual en las principales ciudades de Francia”.
Es posible que en esos
tiempos las librerías fueran un buen espejo del medio intelectual en el que
estaban insertas. ¿Lo serán actualmente?
Comentarios
Publicar un comentario
Comentá acá.