
Te habrás
enterado de que hace unos días el escritor español Javier Marías(1951) rechazó
el premio literario de narrativa más importante de su país, el Premio Nacional
de Narrativa, otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y con
él renunció a ni más ni menos que 20.000 euros. Apenas conocida la noticia de su triunfo, el
autor de “Mañana en la batalla piensa en mí” convocó a una conferencia para informar
de las razones de su rechazo. Descartó de plano una razón política, dijo que
cualquiera hubiese sido el gobierno él lo mismo lo rechazaría. “He rechazado toda remuneración que
procediera del erario”, dijo el escritor. “He dicho en no pocas ocasiones que
en el caso de que se me concediera no podría aceptar premio alguno. Ahora que
se da el caso, sería aprovechado desdecirme de lo manifestado. Confío en que no
se tome mi postura como un feo. Lamento no poder aceptar lo que en otras épocas
habría sido motivo de alegría”. Luego expresó su deseo de que ese dinero fuera
destinado a las bibliotecas públicas.

En el caso
de Marías, un escritor que evidentemente no necesita ni de la fama ni del
dinero del premio, su negativa tiene mucho de coherencia y por supuesto algo de
vanidad, quién lo duda. No es el primer hombre de letras que ha rechazado un
premio y su jugoso emolumento, hay ejemplos ilustres a lo largo de la historia
literaria. Recuerdo en especial el rechazo del Nobel de literatura por el
filósofo y literato Jean Paul Sartre(1905-1980), quien en una carta dirigida a
la Academia Sueca unos meses antes de que fuera galardonado en 1964, les
advertía que se lo sacara de la postulación y que no se lo concedieran ya que
el premio lo pondría en la descortés situación de tener que rechazarlo. Y así
fue. Las reacciones en el mundo intelectual francés fueron virulentas, entre los
epítetos estaba el de “resentido”, ya que para muchos no lo recibió porque se
lo habían dado antes a A. Camus. El autor de “La náusea” explicó que el premio
en plena Guerra Fría tenía un marcado tinte político y que por ello no quería
ser utilizado ni por el capitalismo ni por el comunismo. Aceptarlo hubiese sido
perder la libertad de pensamiento que todo intelectual jamás debe perder.

Una situación
diferente fue el del escritor ruso Boris Pasternak (1890-1960). En 1958 se le
concede el Nobel por su monumental novela “Doctor Zhivago”, obra prohibida en
la entonces Unión Soviética. Pasternak agradeció profundamente a la Academia
Sueca tal premio; pero días después, presionado por el gobierno, tuvo que
rechazarlo contra su voluntad en otra misiva: "Considerando el significado
que este premio ha tomado en la sociedad a la que pertenezco, debo rechazar
este premio inmerecido que se me ha concedido. Por favor, no tomen esto a
mal". Veintinueve años después de su muerte, su hijo cumplió la íntima
voluntad de su padre y recibió en su nombre el Premio Nobel de Literatura de
1958.
Hay otros casos menos ilustres como el del
escritor guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, quien rechazó el Premio Nacional de
Literatura y pidió que el dinero se utilice para la creación de un premio
destinado a los literatos indígenas. También en Argentina un intelectual con
todas las letras como fue David Viñas renunció en 1991 a los veinticinco mil
dólares de la Beca Guggenheim como un homenaje a sus hijos desaparecidos. Ambas
decisiones fueron polémicas y suscitaron opiniones no siempre desinteresadas.
Por lo pronto, sepan que si este cronista obtiene la sortija de alguna calesita
de premio, no piensa rechazarlo.
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