El
mundo moderno ha dificultado y en ocasiones birlado un espectáculo
que la humanidad ha contemplado desde su niñez primera: el cielo.
Resulta difícil hoy en las grandes metrópolis poder observar en
toda su dimensión el cielo que aparece parcelado o ajedrezado por la
irrupción en su bóveda de grandes edificios, cartelería o
simplemente la tupida avalancha de cemento que se cierne sobre
nosotros ahogando nuestra perspectiva cada vez que levantamos la
vista hacia el firmamento. Esto se dificulta mucho más,
incluso hasta en los pueblos pequeños, cuando pretendemos observar
el cielo durante la noche. Es casi imposible debido a la cada
vez más fuerte intención de desterrar la oscuridad en los sitios en
donde vivimos.
Cuando
niños solíamos jugar a
descubrir determinadas agrupaciones de estrellas
como las tres Marías, los siete cabritos, la cruz del sur,
etc.; eso es hoy imposible ya que las estrellas apenas se
divisan en medio de tanta luz. Los chicos y los jóvenes de hoy ven
poco y miran poco el cielo estrellado y su particular belleza y
misterio. Si algo conocen se debe a mapas estelares vistos en
internet. Aunque nunca fui muy perspicaz a la hora de descubrir
constelaciones, no logro ver ni el escorpión, ni piscis,
ni centauro…; pero el espectáculo del cielo estrellado patagónico
se parece a muy pocos, y seguramente vos lector, lectora tendrás el
recuerdo inmarcesible de alguna noche estrellada o de algún amanecer
u ocaso en el que el cielo te acompañó en la dicha o en el barranco
de tu tristeza.

Sí,
porque el cielo nos ha servido de consuelo y belleza, nos ha
provocado asombro y misterio, también escalofrío
metafísico; en su bóveda blanca resalta la pequeñez humana,
la conciencia finita, y en algunos la esperanza de una futura
morada. Ah, el cielo, o los cielos
que pintaban Sisley o Boudin, los cielos
nocturnos y siempre brumosos de Grimshaw, las noches
estrelladas de Vincent. El cielo añorado y
singular de Fray Luis en aquella noche serena: “Cuando
contemplo el cielo/ de innumerables luces adornado/(…) Morada
de grandeza,/templo de claridad y de hermosura”; también el cielo
de Fray Luis, al igual que el de los neoplatónicos está cargado
de revelaciones “¿Cuándo será que pueda,/ libre desta prisión
volar al cielo,/ Felipe, y en la rueda,/que huye más del
suelo, /contemplar la verdad pura sin duelo?”.

El
cielo o los cielos como lo llamaban los teólogos medievales que
creyeron en un cielo estamentado y jerárquico, como la
sociedad en que vivían; así tenían el firmamento con sus estrellas
fijas, luego el cielo de aguas, y después, vedados a nuestros
ojos, el cielo de los espíritus (el paraíso) y el cielo de los
cielos, la morada de dios. Un cielo más sencillo, quizás, era
el que estudiaba desde su pequeña isla de Mileto, unos mil
quinientos años antes, Tales y que le reportó fama de sabio al
predecir algunos eclipses; aunque su obsesión
por el étertambién provocó el hazmerreír de muchos con
aquella anécdota de su caída a un foso mientras contemplaba
las estrellas.
Los
mismos deseos por conocer sus misterios lo llevaron a
Galileo al borde de la hoguera, sus palabras bien las podría haber
dicho Tales: “la ciencia está escrita en el más grande de los
libros, abierto permanentemente ante nuestros ojos, el Universo; pero
no puede ser comprendido a menos de aprender a entender el lenguaje y
a conocer los caracteres con que está escrito”.
El
cielo o los cielos que vimos a lo largo de nuestra vida, el cielo que
consuela, que une a los enamorados, que evoca a los ausentes…el
cielo, en la mirada de los que amamos.
Bellísimo Néstor .. que estrellas hermosas las de nuestra infancia !
ResponderBorrar