EL CIELO II


En el principio era el cielo, al menos para la teología de muchísimos pueblos, entre ellos el griego, que tenía a Urano (Caelus, para los romanos) como el dios del mundo celeste.  Para algunos autores es el primer dios, el creador del universo que convirtió el caos en cosmos. Si lo adaptamos a los tiempos que corren, podemos decir que fue el responsable de prender la mecha del Big Bang 


Y aquí e
stá Urano ocupando mi ventana mientras escribo y el viento centrifuga las nubes grises que tapan el sol. Testigo de nuestros derroteros por el mundo, de nuestras vicisitudes, inmutable, a nuestra indiferencia y quizás (espero que no) a nuestras confidencias.  Aunque también hay gente que no le gusta el cielo y prefiere “El otro cielo”, como el protagonista del cuento de Cortázar que ya en su juventud  “era sensible a ese falso cielo de estucos y claraboyas sucias, a esa noche artificial que ignoraba la estupidez del día y del sol ahí afuera, cielos de yeso y vitraux como los del pasaje Güemes en Buenos Aires o los de la galería Vivienne en París. A él, digo, al personaje del cuento, lo intimidaba el cielo como esa canción piojera que dice ¿Qué voy a hacer,/con tanto cielo para mí?Voy a volar,/Yo soy un bicho de ciudad.
 

Sigo amando el cielo natural,  en la inmensidad del campo, en los solitarios e interminables viajes, mientras el auto se desplaza por la ruta, el cielo es también una compañía, un mapa celeste (aunque menos necesario que a los marinos de la antigüedad). Disfruto del cielo inclusive amenazador y negro en tormentas de verano, me solazo con la belleza del celaje de un atardecer, me pasmo ante el imponente camino estrellado de la Vía Láctea.  


Y ahora que la nombro, viene a mi memoria la hermosa leyenda de los indios Pampa sobre Chachao y el cielo. Te la resumo en pocas líneas, pero vale la pena leerla. Cuentan que Chachao se aburría en la eternidad del Cielo. Quiso bajar a la tierra aún anegadiza y lluviosa; tomó la Vía Láctea, que los indios denominaban “Camino del Cielo”, por allí descendió hasta la pampa. Con el barro moldeó figuras según el capricho de su fantasía y les dio vida mediante un soplo, así creó a los animales. Para que pudieran andar y correr secó la pampa. Pero en un descuido, el ñandú comenzó a subir el “Camino del cielo”; aterrado Chachao quiso impedir estoy con sus boleadoras logró frenar al ñandú que volvió a la pampa…pero el cielo quedó marcado por la huella del avestruz, los tres dedos y el garrón se convirtieron en la Cruz del Sur, y las boleadoras son Alfa y Beta del Centauro. Chachao volvió a su morada celeste y con su cuchillo cortó definitivamente la comunicación con la pampa. 

¿Puede ser el cielo un motivo principal para no abandonar una ciudad en la que ya uno no se siente a gusto? No lo sé; pero para el personaje de “El cielo de Madrid”, la novela de Llamazares, esta es una buena causa para quedarse en la capital española:--Entonces, ¿por qué sigues en Madrid? ---Por el cielo. Me respondió.[…] Volví a contemplar el cielo. Definitivamente el amanecer estaba ya aproximándose y, por el este, una luz muy débil iluminaba los edificios y los tejados de los más cercanos; una luz tan fría y débil que parecía un efecto óptico”. 


¿Puede uno abandonar una vida atormentada en la ciudad y encontrar en otro cielo, el cielo de la Patagonia, la paz tan anhelada? Sí, por lo menos es el caso de Martín, esa persona inolvidable que anda por esa novela excesiva que es “Sobre héroes y tumbas” de la que te dejo el final: El cielo era transparente y duro como un diamante negro. A la luz de las estrellas, la llanura se extendía hacia la inmensidad desconocida. […] Y entonces Martín, contemplando la silueta gigantesca del camionero contra aquel cielo estrellado; mientras orinaban juntos, sintió que una paz purísima entraba por primera vez en su alma atormentada”. 

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