RUBÉN
“¿Por qué aún está vivo? ¿Por qué, abolida su estética, arrumbado su léxico precioso, superados sus temas y aun desdeñada su poética, sigue cantando empecinadamente con su voz tan plena?”; eso se preguntaba hace ya muchos años Ángel Rama y esas mismas preguntas siguen tan vigentes hoy. Él es el primer “escritor”, en sentido estricto de Latinoamérica, con él se estrena la figura del escritor en el mundo de la división del trabajo. Quienes estaban antes eran escritores en el tiempo robado a sus oficios. Es posible que sepas, o no, que te hablo de Rubén Darío, ese que decía “como hombre he vivido en lo cotidiano, como poeta, no he claudicado nunca”.
Félix Rubén García Sarmiento nació en 1867 en Nicaragua y murió en su tierra en 1916, no sin antes haber cambiado definitivamente la lírica Hispanoamericana. El hombre y el poeta en Rubén son casi dos extraños entre sí. El hombre era alguien simple, escasamente interesante, poco atractivo físicamente, de conversación gris y opaca, ajeno a la vida festiva, exótica y brillante que pulula en su poesía, tímido y taciturno, ceremonioso y diplomático en la vida pública. Un hombre lleno de historias triviales, muchas sórdidas—como aquella en la que borracho se casó con una mujer a la que apenas había visto--; un hombre siempre sometido a las angustias económicas, a los cargos diplomáticos tan poco constantes como la seguridad política de sus protectores; un hombre tentado por los frescos racimos de la carne (frecuentemente alquilada), la vida bohemia y sus aditamentos (especialmente el alcohol, del que nunca pudo librarse). Una vida carente de aventuras, de riesgo, de desmesura; se consoló pensando que era la época: “A falta de laureles son muy dulces las rosas/ y a falta de victoria, busquemos los halagos”.
Pero el poeta era otra cosa. “Si hubo áspera hiel en mi existencia/ meleficó toda acritud, el arte”. Pocos escritores pueden suscribir estos versos al pie de la letra. Sí, el poeta era otra cosa, se sobrepuso al hombre y sus taras, con una inteligencia y un talento estético prodigioso, fue ni más ni menos que el representante más alto de eso que las letras hispanas han llamado Modernismo cuyas notas gruesas pueden ser: libertad creadora, exaltación de la naturaleza, sentido aristocrático del arte, perfección formal, correspondencia entre las artes (pintura, escultura, música), renovación de los recursos expresivos, creación de nuevos metros y estrofas, uso de símbolos de elegancia plástica (ej. el cisne), exotismo y cosmopolitismo.
Darío poeta era simplemente un mago de las palabras, un prestidigitador luminoso de ritmos y armonías que estaban dormidos en nuestro idioma y él los despertó.
La poesía se llenó de colores, de luminiscencias, de palabras extrañas, de atmósferas nunca antes visitadas y…sobre todo, de alegría, de vitalismo, de sensualidad y erotismo. Un pirotécnico verbal. Dos libros resumen el credo fundamental del modernismo rubendariano: “Azul” y “Prosas profanas”.
Pero cronos metió la cola y su poesía lentamente revela la angustia del paso del tiempo y la amargura de los desengaños, también la preocupación por Latinoamérica. “Cantos de vida y esperanza” es una radiografía de ese cambio: “Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora/ con aquella locura armoniosa de antaño?/ Esos no ven la obra profunda de la hora,/ la labor del minuto y el prodigio del año”. Los juegos preciosistas dejan paso a una poesía más grave, más profunda como “La canción de otoño en primavera” en la que repasa su vida amorosa y cuyo estribillo todavía hoy se recuerda: “Juventud, divino tesoro,/¡ya te vas para no volver!/ Cuando quiero llorar, no lloro…/ y a veces lloro sin querer…”.
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