COMPRAME

 


Los viajes suelen ser un momento placentero para pensar sobre los temas a escribir. Esos momentos se tornan en gratos cuando uno encuentra una temática interesante para desarrollar en las columnas; luego lentamente o no, uno intenta darle una forma. Ya tenía todo resuelto, recordar a niños literarios era un buen tema; pero me bastó recorrer en estos días algunos centros comerciales y locales dedicados a los chicos para desterrar mi tema y acuñar otro que podría titular: “Tiranía infantil y capitulación de los padres”. 

En esta época, cuando los ecos de las vacaciones invernales todavía resuenan, uno se da cuenta que la hegemonía parvularia todavía perdura, lo veo en las marquesinas de los teatros y sobre todo en las veredas de esas salas, allí desplazarse suele ser más difícil que salir de las arenas movedizas de la selva congoleña. Entre vendedores que vocean el último muñequito de Piñón Fijo o el póster de una animadora infantil o un personaje amarillo de alguna película en 3D, están los chicos y sus demandas, quieren todo lo que les ofrecen y además por duplicado.

En realidad todas las demandas pueden sintetizarse con una sola palabra: Comprar. Este suele ser, parece, el único verbo que los niños y niñas conjugan en todos los tiempos y modos, aunque prefieren por supuesto el imperativo. “¡¡Quiero un balde para mí, comprame un balde para mí!!” exigía Franquito en la cola del cine, mientras sus padres cruzaban miradas ígneas y trataban de explicarle al niño que ya tenían un balde de pochoclos grande para compartir con su hermana mayor; pero no entendía razones, y luego de cinco minutos de exigencia, la madre miró a su marido y asintió con la cabeza, por lo que el padre salió a comprar un nuevo balde ante los ojos satisfechos de Franquito y los ojos sentenciantes del resto de la cola. 


En un centro comercial vi a una niña—cual Clitemnestra al enterarse de la muerte de su hija en una tragedia griega—revolcarse en el piso y llorar a gritos frente a una juguetería porque no le compraban la muñeca que camina, llora, se ríe…según lo prometido por la publicidad. Los padres abochornados intentaban que la pequeña entrara en razones al par que discutían entre ellos, fue inútil, los vi luego pasear a los cuatro, contando el carrito y la muñequita.  

Y no debe sorprendernos esto, en la lógica del monstruo capitalista en la que comprar y vender son la sístole y la diástole de su sistema, los niños hace ya tiempo están bajo su atenta mirada como consumidores precoces y vistos ya como potenciales y seguros clientes autónomos.  El bombardeo sistemático de productos deja bastante inermes a los padres ya que no pueden estar negándose todo el tiempo a los requerimientos de sus hijos. Por costumbre, por benevolencia, por reparar errores, por vaya a saber qué mecanismos conscientes o no caemos en muchas de sus demandas que sabemos que no les son propias. 

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