ENFERMEDAD Y LITERATURA

 

Y ya que estamos con enfermedad pasemos a examinar algunas de las formas que se presentan los padecimientos de salud en ciertos personajes de la literatura. Una de las enfermedades que pueblan las obras literarias es sin dudas la tuberculosis. Enfermedad que el Romanticismo (movimiento con fuerte impronta masoquista), con su particular estética, se encargó de mistificar, ya que ejerció una particular fascinación entre los artistas que la convierten en compañera inseparable de sus personajes, que terminarán derrotados por el mal. De hecho muchos artistas románticos murieron por la tisis, como el músico Fredrick. Chopin o los poetas Bécquer, Novalis, Schiller, John Keats, el pintor Modigliani y el curioso caso de las tres hermanas Brontë (una de ellas escribió “Cumbres borrascosas”). Esto hizo pensar que la enfermedad era propia de los espíritus sensibles, talentosos y rebeldes, y se la asociaba a la melancolía y a la tristeza.

Théophile Gautier llegó a escribir “Cuando era joven no hubiera aceptado como poeta lírico a nadie que pesara más de 45 kilos”. En suma, la tisis daba un prestigio mayor a los artistas que se vanagloriaban en andar mostrando pañuelos manchados de sangre junto a otros delicadamente perfumados, sin importarles mucho lo mal que terminaba la historia. Pero siempre hay alguien que termina por sepultar creencias y ese fue Koch unas décadas después.

Susan Sontag en su libro “La enfermedad y sus metáforas” habla de la romantización de la tuberculosis y arriesga que el culto a la mujer cuasi esquelética podría venir de aquella imagen construida por el Romanticismo de la mujer tísica: “Jóvenes descoloridas de pecho hundido rivalizaban con pálidos y raquíticos muchachos a ver quién era candidato a esta enfermedad (en ese entonces) incurable, invalidante, realmente horrible”. Esta seducción por la enfermedad se revela en estos malos versos del poeta español Francisco Villaespesa: “Tosiste tanto aquel día/ que enrojeció tu pañuelo:/ y saltando de alegría/ dijiste, al dármelo; ¡ven/ y mira! … ¡gracias al cielo/ estoy tísica también!”. Ah, bueno, no sólo tísica—pensarán algunos—sino también desquiciada.


La más célebre heroína tuberculosa de la literatura es sin dudas Margarita Gautier, la protagonista de “La dama de las camelias” de Alejandro Dumas, ella renuncia a su amado y se sacrifica por amor. Julie Duprat, amiga de Margarita, le relata a Armando los últimos días de la joven: “Esta mañana Marguerite se ahogaba, el médico le ha hecho una sangría, y ha recobrado un poco la voz. El doctor le ha aconsejado que vea a un sacerdote. Marguerite me ha llamado al lado de su cama, me ha rogado que abriera el armario, luego me ha señalado un gorro, un camisón cubierto de encajes, y me ha dicho con voz debilitada: ––Voy a morir después de confesarme; vísteme entonces con estas cosas: es una coquetería de moribunda. Luego me ha besado llorando y ha añadido: ––Puedo hablar, pero me ahogo mucho cuando hablo. ¡Me ahogo! ¡Aire!”.


Veo que el tema me ha sugestionado o bien el polvo de los libros en los que busco ejemplos me han provocado un raro ataque de tos…; por las dudas me cubro la boca con un pañuelo de papel y salgo a tomar aire.

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