ENFERMEDAD Y LITERATURA IV


Esta serie llega a su fin y quedan tantas enfermedades que la literatura ha incorporado a su mundo que necesitaríamos varias columnas más, pero ya sería abusar de tu castigada resistencia. Pestes hubo muchas a lo largo de la historia de la humanidad, las últimas que han provocado pánico en buena parte de la población son, si mal no recuerdo, el virus de la gripe h1n1 que no ha dejado secuela literaria ya que llegó rápido  y también se fue de la misma manera, y la gran peste posmoderna, el VIH, que desde la década del 80 dio lugar a las más diversas teorías sobre el origen del mal, su contagio y su inevitable desenlace. Aunque estas perspectivas en la actualidad han cambiado bastante.  

Con el virus del SIDA pasó algo curioso, inmediatamente se lo relacionó con una enfermedad producto del exceso y de la perversión sexual, y por lo tanto sus portadores eran el blanco de un justificado castigo divino; pero al considerarse al sida como una verdadera peste, también incluye al castigo colectivo como una “sociedad licenciosa”.  A diferencia de la tuberculosis, el sida, para S. Sontag como el cáncer, no deja lugar a romantización ni sentimentalización algunas, quizá porque está demasiado fuertemente asociado con la muerte.  


Hay una novela del mejicano Mario Bellatín cuyo título es una verdadera paradoja, se llama “Salón de Belleza”, y es precisamente allí en esa peluquería donde van a reunirse los enfermos terminales con la consabida reacción de los vecinos del barrio: La campaña que se desató en el vecindario fue bastante desproporcionada. Cuando la gente quiso quemar el salón tuvo que intervenir la misma policía. Los vecinos afirmaban que aquel lugar era un foco infeccioso, que la peste había ido a instalarse en sus dominios”.  El sida, la homosexualidad, el travestismo ha sido una temática frecuente, sobre todo al terminar la dictadura chilena, en Pedro Lemebel. También Fernando Vallejo, el colombiano, ha escrito “El desbarrancadero” aquí el protagonista regresa a Colombia para atender a su hermano que se está muriendo de sida. También Ezequiel, el hermano del narrador, muere por esta enfermedad en el texto juvenil “Los ojos del perro siberiano” de Antonio Santa Ana, pero muere rechazado por sus padres que se avergüenzan de la enfermedad y la transforman en leucemia ante sus amistades. 


Herv
è Guibert  dijo, mi novela es la historia del VIH, del tiempo de la incubación, de la enfermedad y de los años ochenta…Hay en este libro una actitud agresiva, violenta, virulenta, como lo es el SIDA”, la novela a la que se refiere es un texto central en la literatura de esta enfermedad, “Al amigo que no me salvó la vida”. En sus páginas anda el alter ego del filósofo Michael Foucault, del que se describe con minuciosidad su muerte. Hace tiempo te hablé de la estupenda autobiografía del cubano Reinaldo Arenas, “Antes que anochezca” en la que relata—en  una carrera contra la muertesus padecimientos físicos como portador del VIH.
 

Similar segregación social tuvieron durante milenios los enfermos de lepra. Esta enfermedad al

no tener tratamiento y ser visible en la deformación de los cuerpos, causaba repugnancia en los demás, y los leprosos eran rechazados por sus familias y comunidades, tanto que en muchas sociedades se veían obligados a llevar campanas para avisar de su presencia, pese a ser una enfermedad difícil de contagiar. Recuerdo a “San Julián, el hospitalario” de Flaubert, cuyo protagonista no rechaza a un leproso y le presta toda su ayuda, el enfermo no es otro que Jesús.    


Y dejo sin tratar la fiebre amarilla, el cólera (que menciona García Márquez en el título de una de sus novelas), la difteria (presente en “Sin rumbo”, la novela de
E. Cambaceres), la peste negra y otras pestes. Es hora ya de dejar las enfermedades y darse una vuelta por la naturaleza para recuperar salud.
 

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