AROMAS II

 



Hablábamos en la columna anterior sobre el enigmático y azaroso poder del olfato ya que un aroma nos transporta gracias a la memoria a lugares o situaciones que creíamos irremediablemente perdidos. Sobre este tema, una psicóloga amiga me explicó que este fenómeno en psicología se llama “efecto Proust”. Me sorprendo hasta qué punto lo literario influye en determinadas esferas de la realidad. Y a qué viene esto, te preguntarás. Viene porque en una de sus novelas, Marcel Proust, desata toda una serie de recuerdos al influjo del olor del té y del sabor de las magdalenas. Escena que recrea magistralmente Juan José Saer en su cuento “La mayor”.

Este mismo autor escribe un relato socarrón llamado “Memoria olfativa”, en el que un viejo profesor de filosofía renuncia a todos los sistemas para vivir en un eterno presente, aunque: “A veces percibo un olor que despliega ante mí la fantasmagoría de un pasado tan vívido que por momentos me hace vacilar. Pero enseguida reflexiono que no he hecho más que percibir un olor nuevo, de una especie tan particular que despierta en mí sensaciones que llamo recuerdos pero que no lo son, simplemente porque no hay nada que recordar”.

Norman Mailer escribió una obra mítica sobre la Segunda Guerra Mundial, Los desnudos y los muertos”. En ese viaje al horror por parte de un pelotón de soldados aparece fuertemente el mundo de los olores: “hedían pero no ya con olores animales; sus ropas estaban endurecidas con la basura del barro de la selva, y un olor frío, pútrido y húmedo, algo entre hojas marchitas y excrementos, les llenaba las narices…”.


Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años”. Así comienza “El amor en los tiempos del cólera” e inevitablemente en la memoria de los lectores quedará ese olor asociado a la novela, como también el profuso perfume de las flores del caribe colombiano que exhalan sus páginas; y entre todas las flores las privilegiadas son las rosas y especialmente las gardenias, el perfume que Florentino Ariza asocia a su amor imposible: “el olor de Fermina Daza se fue haciendo poco a poco menos frecuente e intenso, y por último sólo quedó en las gardenias blancas”. La mayoría de las historias de García Márquez están atravesadas por los olores, principalmente de flores y plantas, también aromas de infusiones y comidas exhalan varias de sus páginas, lo que muestra la predilección de “Gabo” por el sentido del olfato y de la vista para construir sus narraciones.

Isidoro Blaisten tiene en su dispersa biografía un capítulo que se denomina “El aire era de azahar y el horizonte de naranjos” para describir una porción de su infancia en Entre Ríos y lo hace mediante los olores. Algo parecido realiza el protagonista de Retrato de un artista adolescente” de Joyce; recuerda su infancia y la escuela por medio de los olores, el olor del hule en la mesa, la diferencia de olores entre su madre y su padre, el vino de misa exudaba “un olor solemne y extraño... como el cuero viejo de sillones”.


Olores, aromas, perfumes...pasadizos a mundos que creíamos clausurados.























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