AROMAS III
“¡Qué guachos!” es la expresión que usa mi hija Mileva cuando sale de la casa y percibe el inconfundible aroma de un asado que el viento y la noche traen hasta nuestro patio, reavivando el deseo cárnico y mirando con poca consideración la tortilla de zapallitos. Sí, hay olores a comidas que son inconfundibles; pero siempre están asociados por nuestra memoria al contexto en que esos aromas se producen. El olor del picadillo de las empanadas tiene el trajinar de mi madre y de mi padre en la cocina, la coliflor y su aroma penetrante que inundaba la casa de mi tía Ana, el tufillo a pescado en el puerto de Mar del Plata, o a paella en la casa de Vicente…y así. Vos seguramente completarás en tu memoria este recorrido por los perfumes gastronómicos.
Y en esto de las comidas, pensaba que hay una tendencia a desodorizar determinados olores en nuestras casas. Ya no se hacen bifes, no se usa ajo, apenas cebolla, pocas frituras y no se hierven determinados potajes simplemente por el olor. A diferencia de hace unas décadas las casas de hoy casi no huelen a comida, huelen a desodorantes de ambientes, a pis de mascotas o a nada.
Hay olores sospechosos, como el que emanaba la casa de Emilia Grierson, en el cuento de W. Faulkner “Una rosa para Emilia”. Cuando los regidores la visitan para cobrarle los impuestos descubren que su casa “Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo”. Treinta años antes, después de la muerte de su padre y de la desaparición de su prometido, hubo quejas del vecindario por el olor que provenía de la propiedad de la señorita Emilia. En el final del cuento podemos saber qué es lo que provocaba ese olor nauseabundo incrementado por el arsénico.La
misma fetidez que exhalaba el cajón de Addie Brunen en una marcha
afiebrada y delirante de su familia por cumplir la última voluntad
de la mujer de ser enterrada en Jefferson. Esta comitiva pestilente
es expulsada de todos los pueblos a causa del olor. Esta es una
¿síntesis? de esa novela demoníaca de Faulkner, “Mientras
agonizo”.
Félix Romeo, un escritor español muerto muy joven, escribió “Noche de los enamorados”, en la novela el protagonista cuanta su experiencia de la cárcel: “La primera impresión que sentí al entrar en la cárcel de Torrero es que ese recinto apestaba: olor de grasa y olor de zotal y olor de cuerpos de hombres y olor de ratas y olor de agua estancada y olor de comida hervida y olor de lejía y olor de medicamentos y olor de mierda intensa…”
Seguramente vos tendrás entre tus lecturas o películas recuerdos de pasajes sobre los olores (y ahora mismo mientras escribo esto me viene a la memoria el Coronel Kilgore que amaba como pocos el olor al napalm porque ese era el olor de la victoria, decía en “Apocalypse Now”), que te habrán impactado, como los impactó a aquellos jóvenes amigos, un tal Apuleyo Mendoza y un tal García Márquez, el olor de la guayaba.


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