LAS PALABRAS
"Las palabras son puentes./También son trampas, jaulas, pozos." Dicen unos versos del gran poeta mejicano, Octavio Paz. Es cierto, las palabras son como abejas silenciosas que de repente suenan y salen de nuestros labios-colmena y se adueñan del aire, y buscan el néctar de las cosas.
A veces también veo a las palabras como flechas en nuestras alforjas, somos los arqueros de las palabras, los que apuntamos al blanco de las ideas. A veces hay disparos en el que el blanco está cerca y uno suele hacer centro sin tantas dificultades, pienso por ejemplo en una receta de cocina o en la descripción de un proceso científico simple.
Sin embargo todo se complica en nuestra vida cotidiana, en el diario discutir con los amigos del café, lugar donde el mundo se hace fácilmente maleable, pero difícilmente complejo de hacérselos entender a las bestias de mis amigos que no acuerdan mis argumentaciones.
Aunque pensándolo bien, no siempre lo que digo es lo que realmente quiero decir. Muchas veces vuelvo pensando que si pudiera decirles exactamente lo que pienso, la palabra justa, precisa, la palabra en el blanco, los convencería.
No en vano Hitler dijo por ahí que para "hacer política, primero hay que estudiar semántica". Algo de eso sabían griegos y romanos que incluían en la educación de los jóvenes la retórica.
Las palabras son puentes hacia el mundo que nos rodea, dicen, hablan el mundo. También son puentes desde mi propio mundo hacia el de los otros. Sin esos puentes seríamos islas flotantes en un mar de incomunicación.
Desde la literatura o la filosofía persiste la obsesión por la palabra exacta; así los desvelos de Heidegger para crear un lenguaje que nombre una nueva realidad o Flaubert, ese maniático perfeccionista hasta la exasperación.
Pero también a veces somos entrampados por las palabras, encerrados en ellas, hundidos en el pozo que ellas mismas cavan. Sí, las palabras suelen ser demasiado rebeldes, si no las dominamos terminan confundiéndonos más. Caemos en los pozos de las palabras que nos impiden develar la realidad circundante o el universo de la propia personalidad.
Que alguien sólo domine pocas palabras, que su pobreza de vocabulario lo lleve a darse de trompicones con las ideas, es una persona que ve el mundo mucho más opaco y uniforme. Como si fuera una vieja y borrosa fotografía fuera de foco. Esa persona termina entrampado en un mar de dudas y en una pobreza de ideas que le harán menos interpretable la realidad en la que vive.
Por eso enseñar lengua no es enseñar a subrayar sustantivos o hacer análisis sintáctico únicamente, sino hacer tomar conciencia de una nueva y más potente manera de adentrarnos en la realidad.
Así lo dice otro gran poeta español, Pedro Salinas: " no habrá ser humano completo, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias".
Estos hombres, se asemejan a los bebés enfermos, sabemos que les duele algo, pero no pueden decirnos dónde les duele.

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