MI LENGUA

Toda lengua es un prisma por donde miramos, pensamos y sentimos el mundo; un tamiz particular que queda adherido para siempre a nuestra personalidad. Siempre me ha llamado la atención la expresión "lengua materna" para identificar a aquel idioma en el que aprendimos a balbucear y luego nombrar las cosas. Lengua madre, palabras que nos arropan en la intemperie del mundo.

Mi lengua, ésa en la que leo, redacto, pienso, me indigno y me emociono, es el español; y si me pongo riguroso, es un dialecto hablado en un pequeño reino de la Península Ibérica, Castilla. Esas "palabras andantes", como dice el poeta, cruzaron el Atlántico y se aquerenciaron en la vasta América. Mi castellano ha sufrido una larga evolución en este continente y adopta caracteres propios-- por largas razones que no detallo aquí-- en Argentina. En fin, hablo y escribo en un dialecto que puedo identificar como "argentino", que tiene grandes puntos de contacto con la lengua común, pero que tiene personalísimas diferencias.

La lingüística definió alguna vez al español actual como " el latín que se habla en el siglo XX o XXI". Definición que dice poco y mucho, según cómo se la mire. Pero apunto la dificultad: es muy difícil determinar hasta qué punto el latín en su evolución deja de serlo para convertirse en español.

Algo es claro, allá por el año 1000 a. C. el pueblo hablaba un dialecto diario que ya no tenía mucho que ver con el docto latín. El siglo XII había dado en esa habla nueva nada más y nada menos que el "Poema del Cid". Y en los textos latinos que se copiaban en los monasterios hay, entre la cuidadosa caligrafía latina, términos raros, nuevos, propios de una lengua oral que bullía entre el pueblo y que lentamente va escalando las escarpadas piedras de los monasterios. Son las glosas.

Hasta que el hecho mágico sucede. En San Millán de la Cogolla, en la provincia de La Rioja española, aparece el primer texto escrito en un rudimentario español. San Millán es un pequeño pueblo rodeado de montañas y pinares. Pasando el caserío que se conserva muy fiel a la época medieval, en un pequeño valle recóndito, se asciende una larga cuesta entre pinos, abetos y cipreses, en medio del silencio que se adelgaza a medida que uno deja atrás la carretera y el aire límpido llena de aromas los pulmones.

Sorpresivamente, en la cima de la pequeña montaña aparece el monasterio de Suso. Humilde y sencillo. Emociona pensar que allí, en el remoto siglo X, un monje que copiaba un sermón de san Agustín, no resistió la tentación de traducir las últimas líneas a la lengua ésa que se utilizaba para "fablar con su vecino", y además las amplifica.


"Cono ayutorio de nuestro dueño Christo, dueño Salbatore, qual dueño yet ena honore e qual dueño tienet ela mandacione cono Patre, cono Spiritu Sancto, enos siéculos de los siéculos. Fácanos Deus omnipotes tal serbicio fere que denante ela sua face gaudiosos seyamos. Amén"

El primer balbuceo de la lengua española, mi lengua, tu lengua.



Glosa emilianense

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