LA ÚLTIMA CURDA

“Eche amigo, eche nomás y llene, hasta el borde la copa de champán...” y la voz de Ángel Vargas rompe las persianas del tiempo y del olvido con su lamento de un amor-dolor que sólo el alcohol puede contrarrestar, al menos parcialmente.

El tango testimonia en muchas de sus letras, el carácter amistoso de la bebida compartida con otros; salvo cuando alguien bebe solo, en ese caso el alcohol es la panacea a la que recurren aquellos dolientes y despechados que se hunden en la mesa de un bar mientras fuman y esperan poder olvidar o que vuelva la amada.

Las letras del folclore son esencialmente celebratorias de la bebida y se asocian principalmente con la fiesta. El vino es quien lleva la delantera en la mayoría de las composiciones del folclore argentino; especialmente en la tonada y la zamba.

Pero volvamos a nuestro cauce: el de los personajes literarios que beben en su mundo y que los emparienta con los de carne y hueso.

Hay una escena en “Viaje al fin de la noche”, la novela de Celine, que me produce incomodidad; creo por la brutalidad de los sentimientos expuestos en detalles insignificantes para la tragedia en la que están inmersos.

El cuadro es el siguiente: el protagonista, soldado francés, llega a un pequeño pueblo devastado por los alemanes. Ferdinand siente la necesidad de beber vino, sobre todo blanco; al ingresar a una casa descubre a un niño con el vientre destrozado, de rodillas junto al cadáver están el padre y la madre. Ferdinand habla con la hermana del niño, le pide que le vendan vino. Primero se lo niegan y luego le venden a un precio muy elevado: cinco francos la botella. La escena culmina con el soldado con su botella bajo el brazo lamentando haber pagado tanto dinero.

Distinto es el sabor del vino cordobés y dulzón que toman en la fatídica cena Braulio, su familia y Ramiro en “Luna Caliente”, la novela “negra” de Mempo Giardinelli. Borrachera en la que se mezclan el crimen, la tortura y la lujuria.

“No hay que mezclar” dicen los sabios empinadores del codo, sin embargo ese consejo no lo tiene en cuenta el narrador de un cuento de Abelardo Castillo, “Noche para el negro Griffiths”que obnubilado por el whisky decide cambiar al vodka en una noche de jazz, mujeres y humo.

Hay un boliche mítico de un narrador mítico: el boliche es el de Arispe, el narrador es Miguel Briante. En ese boliche muchos de los personajes de sus cuentos se acercan a tomar una copa; pero en “Inglés” todo el relato transcurre en el interior del boliche y desde el mostrador el loco Toledo en una punta y el Inglés en otra beben vino blanco y caña mientras juegan una pulseada invisible cuyo premio es el destino de cada uno.

Como muestra ya es suficiente. Llegamos al final de la serie sobre el alcohol y su relación con la literatura. Una relación estrecha, compleja y siempre interesante.

Es que el alcohol sigue siendo, como siempre, un elemento convocante y exorcizador

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