DÍME QUÉ TOMAS Y ...

Los personajes literarios también manifiestan su atracción por el alcohol; una panorámica recorrida por algunas obras nos muestra hasta qué punto las bebidas “espirituosas”, como en la vida real, acompañan las alegrías y los pesares de su mundo de ficción.

En un poema muy antiguo del griego Anacreonte, el protagonista hace una analogía entre la naturaleza y sus ganas de beber; habla que el sol bebe de los mares, y la tierra bebe de las lluvias y así continúa la analogía hasta que concluye con un pedido: que lo dejen beber a él también.

Diversos ejemplos hay en la literatura clásica, entre ellos se destaca la obra de Petronio, el “Satiricón” en la que aparecen relatados con amenidad todo un conjunto de excesos humanos, entre ellos el de la bebida.

En la segunda mitad del siglo XIX, influido por el positivismo y las ideas de la herencia, Emile Zola se erige como el escritor más representativo del Naturalismo que, entre otras cosas, redujo la literatura a una argumentación probatoria de las taras sociales e individuales. En su saga familiar sobre los Rougon-Macquart hay una novela titulada “La taberna”, en ella trata el tema del alcoholismo encarnado en su protagonista, Gervaise Macquart, una lavandera que no escapa a la herencia familiar de una madre alcohólica.

Las últimas horas del excónsul inglés, Geoffrey Firmin en lucha contra los fantasmas que pueblan su cerebro, en la Cuernavaca de 1938, y que lo llevan a autodestruirse mediante el alcohol, es el tema central de “Bajo el volcán”, de M. Lowry. Según algunos investigadores en este texto se consumen todos los tragos occidentales, vodka, gin y whisky. Abundantes cantidades de tequila que los personajes toman acompañado de sal con chile anaranjado y variedades de mezcal, bebida mexicana que puede producir entre bebedores poco expertos alucinaciones.

Otra novela ambientada desde el principio a fin en un bar es “Conversación en La Catedral”, de Mario Vargas Llosa. Durante cuatro horas Ambrosio y Zavalita dialogan sobre la realidad del Perú, mientras Ambrosio toma pisco y le hace ver a su compañero que “no hay periodistas abstemios”. El pisco es una etapa de una larga bebeta entre un padre calavera y un hijo sin escrúpulos en el cuento de otro peruano, Julio Ramón Ribeyro, titulado “Las botellas y los hombres”, en sus líneas circulan también la cerveza y el champagne.

Beben también para llenar el agujero absurdo que les provocó la vida, Eloise y Mary Jane, beben toda la tarde en ese formidable cuento “El tío Wiggily en Connecticut” de Salinger. Allí la ternura y el sin sentido buscan conciliarse en el whisky que les permite a ambas mujeres soñar con otra vida.

La obsesión por demostrar que se es el mejor catador pierde a Fortunato, protagonista de un cuento de Poe, “La barrica de amontillado”. También Robinson Crusoe logra salvar del naufragio tres barriles de ron; y Santiago, el protagonista de “El viejo y el mar” lleva su botellita de la bebida por excelencia del caribe.

Beben, porque Dionisos, el dios de la fiesta también existe en la literatura.

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