NÉSTOR SÁNCHEZ

Sin duda era el escritor más enigmático de la literatura argentina. Escribió muy pocos libros, cuatro novelas y un volumen de relatos, la mayoría de ellos hoy inhallables. Allá entre los años 60 y 70, en pleno “boom” de la literatura latinoamericana, fue uno de los niños mimados; hasta tal punto que Julio Cortázar recomendó fervientemente la publicación de “Nosotros dos”, su primera novela.

Con “Siberia blues” llegó la consagración continental; la crítica lo erigió como una de las grandes figuras continuadoras del prestigio creciente que en esos momentos tenía la literatura escrita en español americano. Y cuando supuestamente cualquier escritor hubiese disfrutado y se hubiese conformado con el éxito, Néstor Sánchez dejó esa senda y se internó por caminos más arduos y desconocidos.

Un destino trashumante y de búsqueda vital y mística lo llevó primero a Perú donde conoció las enseñanzas de Gurdieff y luego a otros sitios de Latinoamérica; Más tarde deambuló por Europa, sobre todo Barcelona y París, y finalmente esa indagación lo trajo a Estados Unidos donde vivió como mendigo varios años y conoció a los seguidores de Castaneda. “Quería vivir 300 años”, derrotar a la muerte, en el fondo ése es el gran tema de todos sus libros.

Para leer a Néstor Sánchez no hay que tener la actitud del sibarita, sino la del entomólogo. No es una escritura fácil, no hay anécdota; hay una escritura que se tensa, caracolea y como un remolino centrípeto indaga en las profundidades de la experiencia y del lenguaje e intenta conjurar la muerte y encontrar un sentido.

Sintetizó su poética en algún reportaje: “fui un buen lector de poesía más que de novelas, pero no me fue dado el poema. Entonces opté por una escritura poemática, sin darle mucha importancia a la anécdota ni a los personajes, sino más bien al tono del libro, como si el libro en su totalidad fuese un poema: cada capítulo un verso”.

Una concepción tan radical de la escritura no atrae gran cantidad de lectores, pero su estética lo erigió como un escritor de culto, con seguidores muy fieles. Estos realizaron un homenaje hace un tiempo al escritor porque creyeron que había muerto, ya que nadie sabía de su paradero; sin embargo Sánchez estaba vivo y curiosamente en Buenos Aires desde 1986.

En su última entrevista para Página 12 contó las razones de su silencio: “Sí. Yo decidí terminar con todo. Siento que se terminó la épica y dejé de escribir. En realidad, cuando yo escribía, mi vida tenía otra riqueza que fue perdiendo. Ahora me quedé sin nada: es la vejez. Siempre escribí en relación conmigo mismo, en relación con un estado de sinceridad irremediable. Le repito, se me terminó la épica.”

Transcurrió sus últimos años en la vieja casona de Villa Pueyrredón donde había nacido, entre mates, cigarros, tangos y recuerdos. Allí lo sorprendió la muerte en patética soledad el 15 de abril de este año; así se cerró el círculo hermético de la vida de este místico, traductor, bailarín profesional de tango, mendigo, hombre y escritor singular.

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