CIEN SOLEDADES

Siempre asocié las palabras a los juegos para armar. Quizás alguien recuerde a los desaparecidos Rasti, o tenga los, hoy como ayer, carísimos Lego. Mi infancia está asociada a los “Mil ladrillos”; esos rectángulos de plástico blancos, rojos y amarillos que nos permitían diversidad de casas, autos y lo que nuestra creatividad plasmara.

Perdura en mi memoria el día en que un visitante mayor, seguramente con la infancia rezagada, me mostró que esas pequeñas piezas servían para algo más que mis estereotipadas construcciones. ¿Cómo era posible que esos mismos ladrillos en manos de otro dieran como resultado algo tan nuevo y sorprendente?

Lo mismo sucedió con las palabras. Un día las palabras del diario comercio, las habituales y previsibles, las que servían de puente para el trato desprejuiciado con los amigos se transformaron en algo diferente y maravilloso. La misma perplejidad. ¿Cómo era posible que esas palabras con las que “el pueblo suele fablar con su vecino”, al decir de Gonzalo de Berceo, se conviertan en música, en magia y tengan el don de revelarnos recovecos no imaginados, resonancias internas que se despiertan ante su conjuro? Es que se habían juntado las palabras con la poesía.

Y ese momento iniciático pervive intacto en mí. Aún tengo el libro. Es pequeño y, visto ahora, ha sufrido el ultraje del tiempo y del alguno de sus lectores. Su autor: Antonio Machado. El título: “Soledades, galerías y otros poemas”.

En estos días, revolviendo en la profusa bibliografía machadiana, por azar descubrí que este pequeño tomo cumplió ciento dos años. Publicado en enero de 1903, es el primer libro de Antonio Machado. Contenía 42 poemas en los que se manifestaba la influencia del simbolismo francés y pocos ecos del modernismo al estilo de Rubén Darío. El libro pasó inadvertido. En su forma original fue reeditado en 1968.

En 1907, Machado añadió nuevas composiciones, reformuló varios poemas y eliminó definitivamente otros. El resultado es otro libro bien distinto de aquel primero; y muestran al poeta en un momento de transición de una poética intimista hacia una concepción más amplia del mundo.

En “Soledades, galerías y otros poemas”, el poeta dialoga con diversos símbolos: el agua, la fuente, la mañana, la noche. El recuerdo íntimo asociado a una pérdida o bien a una época ya lejana como la infancia. La amada misteriosa e inasible. El gusto por las fuentes, los jardines en sombras, la melancolía...

Y aunque en los poemas todavía no se plasma completamente su particular visión de la realidad, el poeta ya tenía en claro que “el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma (...), o lo que dice (...) con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo”. En este libro están delineados o abordados los grandes temas de la lírica machadiana: el tiempo, los sueños, la intención de subjetivar el paisaje, el quehacer poético.

Releerlo 25 años después fue un retorno a los orígenes, a un tiempo de sortilegio, belleza y misterio.

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