E.M.CIORÁN

“Soy un filósofo aullador. Mis ideas -si ideas son- ladran: no explican nada, explotan”. En esa frase quizá esté resumida la obra y la actitud que generó esa obra de uno de los pensadores más originales del siglo XX. Emil Michel Ciorán, nacido en Rasinari (Rumania) en 1911, estudió filosofía en la Universidad de Bucarest. Ejerció por breve tiempo la docencia en su país natal, y a partir de 1937 fue becado para estudios de postgrado en la Sorbona. Sin embargo nunca fue a la universidad, el dinero de la beca lo usó para recorrer Francia en bicicleta, luego se quedó a vivir en el país.

Diez años después, como sus ya ilustres coterráneos, Ionesco y Mircea Eliade, deja de escribir en rumano y comienza a hacerlo en francés. Lo primero que aparece en Ciorán es una brutalidad casi primitiva, uno tiene la sensación que sus ideas y las palabras que las transmiten son verdaderos garrotes que nos dan en plena frente. Él es capaz de mostrarnos cómo la extrema amargura, el desaliento último tienen su secreta belleza.

Acostumbrados a la academia filosófica con su rigor lógico, a los sistemas inextricables, a las explicaciones, si se quiere, pedantescas del mundo; Ciorán arremete contra todos y contra todo. En su casa se daban cita personajes pintorescos, suicidas, bohemios, tahúres, coperas, quienes eran recibidos muy amablemente por este hombre de aspecto algo desequilibrado y gruñón.

Asomarse a la lectura de Ciorán es asomarse a un precipicio en el que nos atrae por igual el vértigo de la caída y el peligro de la misma. Leerlo es ir un poco más allá de cualquier razonamiento filosófico. En el fondo leemos a un poeta del pensamiento, a un desencantado que lo vio todo y que patea el tablero de las convenciones, simplemente por el solo gusto de pensar, de ver la voluta de una idea generándose en su interior para atravesar diversos procesos y terminar en un verdadero huracán que derriba o deja bastante mal parados nuestros esquemas sobre el mundo.

Una pasión salvó a este hombre del suicidio: el pensamiento y su escritura. “¿Por qué no me mato?”—se preguntó alguna vez—“ Si supiese exactamente lo que me lo impide, no tendría ya más preguntas que hacerme puesto que habría respondido a todas”.
Cuando Ciorán arremetía contra alguien era letal, como ejemplo algunas frases sobre el apóstol san Pablo: “un judío no judío, un judío pervertido, un traidor. De ahí la impresión de insinceridad de sus llamadas, de sus exhortaciones. Es sospechoso: parece demasiado convencido. (...) Cuando ya no sé a quién detestar, abro las Epístolas y en seguida me tranquilizo”.

En muchos libros expresó su desprecio por Europa contemporánea, “un continente de abúlicos (...) Tantas conquistas, adquisiciones, ideas, ¿dónde se perpetuarán?”. Y lanza una profecía: “el futuro pertenece a las barriadas periféricas del globo”.

Leer a este hombre afable no es fácil, su visión del mundo es inquietante y perturbadora. Como latigazos sus palabras provocan la huida de aquellos pensamientos “tranquilizadores” con los que enfrentamos a la realidad y nos dejan desnudos ante la existencia.

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