BOEDO Y FLORIDA

La vida está hecha de contrastes, de opuestos. Nuestra experiencia cotidiana certifica esta afirmación en casi todos los ámbitos. Un filósofo alemán del siglo XIX, Hegel, sostiene que la humanidad avanza mediante la confrontación de opuestos de los que surge una resultante superadora; ese método se conoce en filosofía como dialéctica y sirvió de entramado lógico para la construcción de ese edificio inacabable que es el marxismo.

El pensamiento dialéctico no es un “invento” moderno, ya lo practicaban los griegos con Heráclito en el siglo V a.C.; ni qué hablar de una porción importante de la cosmogonía oriental que está erigida sobre esa forma de discurrir.

En la literatura moderna hay diversos pasajes donde se da esta confrontación de dos grupos antagónicos que pugnan por hacer prevalecer su ideario estético. Esta rivalidad, en algunos casos muy enconada y en otros impostada, ha sido útil —en general—para el posterior devenir de las letras.

Así son célebres las disputas entre neoclásicos y románticos, simbolistas y parnasianistas, modernistas y románticos en nuestro continente, surrealistas y realistas y las diversas corrientes de la vanguardia entre sí o en contra de lo anterior.

En nuestra literatura ha sido célebre la polémica surgida allá en los años 20 entre dos estéticas distintas y que se embanderaron con el nombre de dos calles que reflejaban en forma extrema las diferencias: Florida y Boedo.

Florida representaba el cosmopolitismo y en esta arteria estaba la redacción de la revista Martín Fierro que nucleaba a los jóvenes –en su mayoría poetas-- seducidos por las vanguardias europeas. Al mismo tiempo otro nutrido grupo de escritores que cultivaban preferentemente la prosa y que veían en el arte un camino para la revolución social, eligieron como sede y símbolo una calle de un barrio obrero: Boedo. Allí también estaba la editorial Claridad que publicaba sus obras y una de las primeras en tirar ediciones populares.

(Banquete en la Editorial Claridad)
La polémica surgida entre ambos grupos fue más publicitaria que real, ya que los respectivos integrantes compartían cierta irreverencia por la literatura, eran jóvenes, querían romper con lo establecido y la mayoría participaba de aquella bohemia propia de una ciudad de Buenos Aires que era el centro cultural más importante de Latinoamérica.

En un diálogo con Ernesto Sábato, Borges recuerda que la polémica de Boedo y Florida “fue una broma de Roberto Mariani y Ernesto Palacio; a mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné. Hubo otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá había que hacer lo mismo y que podía servir para publicidad el hecho de que hubiera dos grupos enemigos, hostiles”.

Más allá de las polémicas, con Florida y Boedo irrumpen una serie de nombres que tendrán una importancia fundamental en la literatura argentina del siglo XX.

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