EL IMBORRABLE

La rutina laxa de un domingo de otoño impone ir al kiosco a comprar el diario y la sorpresa de la noticia de la muerte del “turco” Saer. Hay zozobra y cierta angustia porque la desaparición de narradores como Blaisten, como Saer, más allá de las pérdidas de por sí invalorables para sus lectores, son faros de una generación que comienza a extinguirse, esa generación que cuando teníamos veinte años eran los nuevos consagrados y leíamos en cuartos de pensión, en las bibliotecas o discutíamos sus obras con amigos en los cafés.

Sin quererlo la muerte de Saer despertó mi conciencia, un tanto aletargada, del transcurrir del tiempo. De ciertas noches discutiendo sobre el objetivismo o no en la literatura, de las polémicas con los docentes y nuestro reclamo de leer a narradores argentinos que ya eran insoslayables, salvo para las cátedras y una universidad recién desperezada de la dictadura.

No sabía de su enfermedad, esperaba ya un nuevo libro y me extrañaba que en el verano no se hubiese dado su vueltita anual por el país, el retorno a su Santa Fe y a su río, dos elementos casi constantes en sus relatos.

Saer (como Cabrera Infante, como Cortázar) perteneció a aquella estirpe de escritores que habitaban en una lengua, y a pesar de las cuatro décadas que llevaba enseñando y hablando en francés seguía escribiendo en español, y sus personajes como Pichón Garay y Carlos Tomatis hablaban en una lengua entrañablemente argentina.

Pocas veces un escritor argentino ha tenido una concepción global de su obra tan coherente. La narrativa de Saer es un calibrado artefacto literario, una conjunción de partes que responde rígidamente a un plan ya diseñado. Ahora que ya no habrá más obras, es tiempo de ver el derrotero trazado por este enorme escritor.

He buscado en esta tarde de domingo, mientras—como decía en esa maravilla que se llama “La mayor”“Sopo la galletita en la taza de té, en la cocina, en invierno, y alzo, rápido, la mano, hacia la boca, dejo la pasta azucarada, tibia, en la punta de la lengua...”; y busco, decía, una palabra que resuma la obra de Saer. La encuentro: sistema, un verdadero sistema literario. Una saga en la que están sus obsesiones sobre el tiempo, el espacio, la ficción y su instrumento, el lenguaje.

Y es el lenguaje la nota inconfundible de este escritor. El estilo de Saer es por momentos sencillo, por momentos complejo, siempre musical, sorprendente, pegadizo en la memoria del lector; pero inimitable por lo trabajado de su concepción. Oraciones de largo aliento, una especie de espiral verbal, de voluta sígnica arman sus páginas más logradas.

Más allá de su obra literaria, sus reflexiones sobre la ficción, sobre la literatura argentina han sido polémicas e iluminadoras; también sus rescates desde el lugar de intelectual prestigioso, como es el caso de Juan L. Ortiz o de Antonio Di Benedetto.

Percibo en Saer, como en ningún otro escritor argentino contemporáneo, una menor distancia entre lo propuesto y lo logrado, entre lo que intentó y lo que logró. Y eso para un escritor es más que suficiente.

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