LA LENGUA Y LA REAL ACADEMIA

Cada lengua tiene sus mitos construidos por los hablantes a lo largo del tiempo y luego esos mitos se instalan como algo dado, como una “verdad natural” en el saber común de la gente sobre su propio idioma. Uno de las creencias más difundidas es el criterio de autoridad y casi de propiedad que se le atribuye a la Real Academia Española sobre nuestra lengua.

Ante cualquier duda sobre un vocablo muchos hablantes recurren de inmediato a alguien que suponen más entendido en la materia con la pregunta: “¿está aprobado por la Real Academia?”; o bien ante la discusión sobre un término se esgrime la carta ganadora: “esto está aceptado por la Real Academia”.

Esta potestad sobre el idioma por parte de la institución académica no es caprichosa, tiene una larga tradición y responde a una política lingüística del entonces Imperio Español y a una manera de concebir la lengua que hoy ha caído en desuso.

Fundada en 1713, de concepción marcadamente iluminista, buscaba uniformar en España y en el resto de sus colonias el uso del castellano. Durante siglos ejerció un rígido señorío en el discurso vinculado a la clase ilustrada, sobre todo en los sectores oficiales y en la educación.

Con el surgimiento de los nuevos estados latinoamericanos y la institucionalización en la sociedad de la prensa escrita, sumado esto a la aversión de las nuevas clases dirigentes por todo lo español, la estructura monolítica que pretendía imponer el imperio se desgrana.

Luego de idas y venidas e innumerables polémicas sobre una lengua nacional; fue la escuela la más ferviente defensora de los dictados idiomáticos de la Real Academia, dictados acatados con algunas reservas ante una realidad lingüística totalmente distinta de la peninsular.

Es interesante observar cómo la escuela ignoró hasta hace poco tiempo en sus contenidos el uso del pronombre personal “vos” y seguía enseñando únicamente el “tú”, pronombre que la mayoría de los hablantes de nuestro país no usó nunca.

Con la llegada de los medios masivos y una concepción diferente de la lengua, la RAE perdió su poder coercitivo y en parte su poder legitimador.

Hoy, en realidad, poco nos importa a los hablantes si determinado término está aceptado o no por la RAE, lo que importa es si su uso es adecuado y aceptado por los hablantes en una determinada situación. Es decir, por más que algunos digan que la palabra “haiga” esté aceptada por la Academia (afirmación que no es cierta), es el uso social en una situación concreta lo que lo acepta o no.

(Escudo de la Real Academia)

Dicho de otra manera, puedo quizás decir “haiga” en un ambiente rural o de poca escolarización y pasar inadvertido; pero sería imposible repetir esa palabra en una conferencia o en una clase, sin sufrir algún tipo de descalificación por parte de mi auditorio. Puedo escribir a un amigo que me “refalé”, pero difícilmente podría escribir esto en un diario sin que los lectores pongan en tela de juicio mi competencia lingüística.

La lengua es su uso, el uso que una comunidad hace de ella, con o sin Real Academia.

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