DE LATINES Y GRIEGOS

“Mënin aeide zea Peleiadeo Akhileos...” (Canta, diosa, la cólera funesta de Aquiles, hijo de Peleo). Así comienza la Ilíada, el poema que inaugura la literatura griega, y la musicalidad de estos versos ha recorrido todos los vientos de la historia hasta llegar aquí. Y ésa es una de los grandes logros de la literatura y del arte en general: ejecutar una verónica elegante para que Cronos pase como toro enfurecido.

(La muerte de Héctor, de Rubens, detalle)
Siglos más adelante lo dirá en forma explícita Horacio, uno de los grande poetas latinos: “ "Exegi monumentum aere perennius/ regalique situ pyramidum altius/ quod non imber edax/ non Aquilo inpotens/ possuit diruere aut innumerabilis annorum series et fuga temporum...". (Levanté un monumento más duradero que el bronce, y más alto que las regias pirámides, que ni las lluvias voraces, ni el Aquilón furioso, ni la sucesión innumera de días, ni el paso de los años podrán demoler...).

Y en el medio de esta reflexión sobre la perdurabilidad de la literatura, sobre las obras y sus autores aparecen dos lenguas. El griego y el latín. Las dos están indisolublemente ligadas a la civilización occidental. A ambas se las tilda de “lenguas muertas”, cuando en realidad perviven y evolucionan en las lenguas modernas. Porque el castellano que hablamos, vos, yo y la vecina no podría imaginarse sin el aporte del griego, y hay quienes definen a nuestro idioma como “el latín del siglo XXI”.

El estudio de estas dos lenguas provocó en mí, en un primer momento, la zozobra y la duda para acometer semejante empresa. El griego y su grafía tan particular y el latín con su estructura de la frase y sus declinaciones tan ajenas al español se asemejaban a una fortaleza inexpugnable. Y sin embargo, primero el griego con su ritmo tan particular lentamente se fue transformando en una de mis pasiones a medida que las palabras, las frases cobraban sentido.

Era ni más ni menos que oír la respiración, la dicción de Esquilo en sus personajes trágicos, la voz florida de Safo y sus muchachas en la isla de Lesbos, la garra y el temple de las heroínas de Eurípides, Platón y su estilo luminoso, y por contraste, Aristóteles y su parquedad científica.

El latín fue más amigable en un comienzo; pero luego se tornó arduo y complejo de lidiar con tanta subordinada, con tanto participio. Pero luego experimenté la sencillez de la prosa de Séneca, la claridad y limpieza del estilo de Cicerón, la fuerza de Julio César, la magnificencia de los versos de Virgilio, Ovidio y sus frases tan complejas, Horacio y su poesía tan cercana a nuestro tiempo. La fortaleza había sido conquistada.

Hoy el griego y el latín casi han desaparecido de las carreras de Letras y de Filosofía. Las razones son varias para ello; pero las objeciones también. Sin los clásicos griegos y latinos es difícil entender cabalmente la literatura posterior. Además sin estos idiomas, la historia de las palabras, la etimología, queda sin su sustento.

A veces en nombre del progreso o la utilidad, el árbol de la sabiduría queda más florido pero con pocas raíces y un tronco débil.

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