CELAN

La primavera apenas da señales en las tenues erupciones de los árboles, recién llega y no logra imponer su vigor a las noches que se le resisten a su embrujo. Cerca del río los paseantes recurren todavía al abrigo. Ensimismado, el hombre de pelo ya ralo y raro de colores que van del rubiojoven al blancovejez, se dirige lentamente hacia el puente Mirabeu.

El aire fresco le enrojece un poco la piel de la cara; no se le ven los ojos en la oscuridad de la noche—esos ojos que han sabido escrutar como nadie el dolor humano—ni sus manos que oculta como un atormentado asesino. El Sena, por lo avanzado de la hora, está silencioso y sombrío. El hombre se acerca a las barandas del puente y oye el choque del agua sobre los pilares. Mira las luces de París e intuye el agua allá abajo, el agua como bálsamo purificador y se tira. Es el 20 de abril de 1970.

“...El nombrar tiene un límite/ sobre ti arrojo mi destino.” Estos versos bien podrían ser una especie de testamento final, por parte del poeta que nombró—vaya paradoja—más profundamente en el idioma de sus verdugos el dolor del hombre de la segunda mitad del siglo XX. Nombrar para conjurar es un de las claves en la poesía de Celan.

Paul Anczel (Celan es un anagrama) nació el 23 de mayo de 1920 en la ciudad de Czernowitz, antigua capital del reino de Bucovina, en la frontera entre Rumania y Ucrania. En esa región convivieron, hasta antes de la Segunda Guerra, cuatro culturas diferentes: la alemana y la judía, la latina y la eslava.

Hay un hecho esencial en la vida del poeta: tiene que ver con sus padres. Es junio de 1942. Perseguidos por el régimen nazi, Celan consiguió un escondite en una fábrica de cosméticos. Un fin de semana, después de la cena, les dijo que la fábrica ofrecía todas las seguridades y que debían esconderse allí. Sus padres dilataron el asunto, Celan abandonó la casa convencido de que vendrían.

Los esperó toda la noche, pero no llegaron. Al regresar a su casa, encontró la puerta clausurada. Supo tiempo después que su padre murió de tifoidea en un campo de concentración y su madre fue asesinada por un oficial alemán. Ese hecho marcará a fuego su vida y lo hará peregrino de las clínicas psiquiátricas buscando mitigar el remordimiento y la culpa.

En el poema "A un lado de las tumbas", Paul Celan escribió: “¿Me permites, madre, como ayer/,¡ ay!, en casa, la discreta, dolorosa rima alemana?” Porque Celan encarna, creo, con la figura del judío errante, un haz en donde confluyen varias razas y sus lenguas; y entre las lenguas Celan elige el alemán, el “doloroso” alemán al que someterá a unas exigencias expresivas no vistas en la poesía contemporánea.

Poesía hermética, desgarrada, críptica y sin embargo, celebratoria, como toda gran poesía. Celebración que es la comunión anhelada entre los hombres: “Estuvo/la partícula de higo sobre tu labio,/estuvo/Jerusalén en torno nuestro,/ estuvo/ el claro aroma del pino/sobre el barco danés al que agradecimos,/estuve/ en ti.”

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