EL ALEPH

Miro las páginas de uno de los cuadernos de notas, los espacios en blanco son mínimos, como mínima es la letra que cubre esas páginas y que rivaliza por el protagonismo con los borrones, los sobrescritos, las notas al margen. La letra se asemeja a esos encefalogramas que denotan cierta monotonía cerebral; es una letra que desdeña las formas, está urgida de futuro y quien la dibuja es un escritor insaciable, que ya está pensando en la próxima página o en el cuaderno siguiente. Es el testimonio de un hombre que quiere comprenderlo todo, abarcarlo todo y sabe que el mundo es arduo y la vida corta.

Mientras camino por esta tenue primavera londinense, siento la extraña incomodidad de espiar parte de las huellas de un mito, de palpar sus rasgos humanos. Es curioso, la visión de sus grafismos me impacta, la visión de su tumba en este simétrico y abarrotado cementerio de Highgate sólo despierta curiosidad y respeto. Es sencilla, la comparte con su esposa, su consuegro y con su fiel ama de llaves y madre de uno de sus hijos. Tallado sobre un mármol blanco desleído por el tiempo puede leerse: Karl Marx, nacido el 5 de mayo de 1818, muerto el 14 de marzo de 1883.

Entre dos cifras: un hombre. Una vasta inteligencia, a caballo de todas las disciplinas y con un rigor crítico pocas veces visto, aplicada al análisis de la sociedad europea de su tiempo. Eso es Marx, si se me permite la petulancia. Excedió todos los campos del saber por los que transitó y produjo una obra multiforme y difícil de encasillar. Esta obra está en todas las avenidas que conducen a nuestro tiempo y forma parte indisoluble de esqueleto ideológico del S. XX.

No es el propósito de este amanuense adentrarse en los vericuetos del pensamiento marxista, sino simplemente tratar de pintar una semblanza del hombre y de su fecundidad como pensador. Porque Marx al igual que Nietszche nació póstumo, sus lectores estaban en el futuro, a pesar del reconocimiento que sobre el final de su vida tuvieron parte de sus escritos.

Un problema central en Marx y luego en sus seguidores es la relación entre pensamiento y realidad, entre teoría y praxis. Su análisis de la sociedad industrial y burguesa de su tiempo se asemeja al de un experimentado cirujano que sabe en qué puntos exactos cortar. Nadie como él mostró en lo profundo de la sociedad las lacras del capitalismo decimonónico.

Marx es la síntesis de esos saberes que acompañan y certifican el ascenso de la burguesía (el idealismo filosófico alemán, la Ilustración francesa y la economía liberal inglesa); pero también es su crítico más extremo. Y esa crítica en el sistema ideológico y político de su tiempo tuvo sus consecuencias: lo llevaron a permanentes exilios y persecuciones hasta por fin recalar en Inglaterra.

Su vida burguesa estuvo marcada por el estudio, su insatisfacción por los medios con que tenía que ganarse la vida y una constante preocupación por desterrar la pobreza de su entorno familiar.

Mientras camino hacia el Museo Británico, pienso en esas cotidianeidades del Mito.

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