ORIGEN DEL AJEDREZ


El Rey adivinó la noticia en el semblante serio y borroso de sangre y barro de su general. Corrió desesperado hacia el lugar donde la batalla era más ardorosa sin que nadie osara detenerlo. Se abalanzó sobre el cuerpo todavía caliente y ensangrentado y gritó, aulló, sollozó aún más fuerte que el fragor de las espadas entrechocándose y el vocerío de las milicias o el retumbar de los cascos de la caballería. Los soldados, al ver a su Rey postrado por la más enorme desesperación y a su príncipe inerte, fueron fácilmente derrotados.

Desocupado/a lector/a, hay diferentes versiones de lo que luego aconteció; la menos inverosímil dice que el Rey fue tomado prisionero y llevado a los confines del reino rival, más allá de las montañas y separado de toda presencia humana, salvo la de dos o tres sirvientes que lo custodiaban y atendían.

En su mente ya extraviada sólo había un punto de encuentro: vengar la muerte de su hijo. En sus delirios y mientras vagaba por los campos cercanos a su cautiverio, soñó o imaginó una nueva batalla y en ella el rey enemigo era aniquilado.

Con herramientas precarias talló la figura del rey en la que se asomaba su propia cara; otra tarde con frenesí esculpió a su enemigo. En el impasible discurrir del tiempo labró su ya fantasmal ejército y las almenas de su castillo; también como una labor funesta pero necesaria erigió a sus enemigos ante la mirada lejana e incomprensible de los sirvientes.

Pasaron quince, veinte años—con precisión no lo sé—,y el rey vencedor volvió un día a los territorios de su antiguo reino. Viejo y cansado de tantas conquistas, de tantas batallas, apesadumbrado por no tener descendencia, pese a los desvelos de sus magos y médicos y al infinito número de mujeres que en los días y noches visitaron su tienda o su palacio.

Paseaba solitario una tarde por el castillo, cuando recordó al Rey loco que alguna vez tomó prisionero. Nadie supo darle noticias, salvo que estaba recluido más allá de las montañas, aunque la mayoría de sus consejeros conjeturaba que ya había muerto.

Varios meses empleó en llegar al confinamiento que hacía décadas había ordenado para su antiguo enemigo. Los sirvientes apenas lo reconocieron y él mismo se sorprendió de lo viejos que estaban. En el claro de un bosque lo vio. Se asemejaba a un tronco de vid nudoso y encorvado, sobresalían sus huesos en la carne magra y la piel ajada. Junto a él, el fruto de su delirio: dos extraños ejércitos libraban una contienda interminable.

El Rey loco lo vio, y desde la penumbra de su lucidez, reconoció a su enemigo. Notó que uno de los reyes de su juego adquiría las facciones de su rival, el otro rey se asemejaba a su propia imagen de antaño. Miró hacia los costados y vio sus torres, los caballos protegiéndolas, sus generales en cada flanco, la reina increíblemente viva después del parto y adelante la infantería.

El otro rey se acercó, obnubilado por las piezas, hasta que estuvieron frente a frente; entonces, el confinado, el Rey loco supo que el día de la venganza había llegado.

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