EL SANTO PATRONO


Al parecer los que vivimos desfasados del presente, los que se nos ocurren las cosas más interesantes diez minutos después que sucedieron somos una legión. Ya se habla de juntarnos, de formar una especie de cofradía, de intercambiar experiencias e incluso ya hay algunos que hablan de una antología sobre las experiencias que nunca ocurrieron porque nacieron a destiempo.

Como toda cofradía, en este caso los asincrónicos necesitamos un santo patrono y creo que nadie más indicado que el escritor checo Franz Kafka, autor de “El proceso”, novela cuyo protagonista es procesado por un aparente malentendido que él deja crecer confiando en que pronto se resolverá, aunque no se resuelve. Escritura inconclusa la de Kafka, un asincrónico que esperaba los diez minutos posteriores para que llegara el cierre genial, aunque si esperaba diez minutos más a los diez minutos probablemente todo sería mejor, y así sucesivamente. Por ese camino uno sucumbe a la tentación de la espera, porque cree que si sobre un hecho, un libro o cualquier cosa lo mejor llega diez minutos después ¿cómo no esperar diez veces más si el resultado es la trama, la situación o la respuesta perfecta?

Porque ésa es una característica de muchos asincrónicos: la pasividad. Cuidado, no debe confundirse con pereza, es una pasividad vigilante, al acecho, a la espera de la excelencia. No siempre esto es entendido por el común de los mortales; es más, tengo un amigo que padeció esa incomprensión, pasó veinte años esperando el trabajo perfecto aunque todos lo trataban de vago.

Estar sometido a las reglas de la espera es una constante en la vida y en la obra de Kafka. Por eso ninguna de sus novelas tiene final, ni “El proceso”, ni “América”, ni “El castillo”. Por eso pidió a su amigo Max Brod que destruyera todos sus manuscritos—la mayoría inconclusos—al momento de su muerte. Nunca aclaró la relación de sumisión con su padre, salvo en un escrito secreto; dilató hasta lo increíble la relación con su novia Felice Bauer con quien constantemente estaba a punto de casarse. Repitió la situación con Milena. Cuando se publicaba algún cuento suyo sólo experimentaba desasosiego y congoja.

Esta actitud vital ha sido denominada “postergación infinita”, retrasar lo máximo posible un escrito, una situación en espera de la frase o de la acción perfecta. Los personajes de Kafka saben que una vez que uno se ha equivocado no hay vuelta posible, así lo dice en el final del relato “Un médico rural”: “Por una vez que se haya hecho caso al falso toque de la campanilla de noche...ya no hay remedio”. Ante esto sólo queda no arriesgar y esperar.

Otra prueba de esta actitud la encontramos en el cuento “La construcción de la Muralla China”, allí aparece también otra debilidad de los asincrónicos: concebir el tiempo como una sumatoria de fragmentos y no como un continuum. Queremos que el tiempo sea parcelado, porque en esa división está la posibilidad de apresarlo o demorarlo o reeditarlo.

Como Kafka, los asincrónicos somos partidarios de la tortuga de Zenón de Elea y no del río de Heráclito.

Comentarios

Entradas populares